Se ha establecido como consenso, tanto para el análisis desde las ciencias sociales como para su aplicación en distintas políticas públicas, que el desarrollo se compone de múltiples aspectos, y el concepto mismo de desarrollo aparece como una ecuación virtuosa en la combinación de sus variables. Lo que subyace a esta nueva concepción es una crítica a la idea tradicional de la modernización como un progreso lineal, ejecutado a partir de avances técnicos y macroeconómicos; la reflexión política en boga nos dice que el despliegue productivo, y en general el crecimiento económico, debe acompañarse de un conjunto de medidas que sean paliativas de las consecuencias desintegradoras del mercado sobre la vida social. Basta analizar las distintas categorizaciones que se hacen del desarrollo hoy: el concepto de desarrollo comprensivo de Naciones Unidas, el de desarrollo integral de la OEA, el de desarrollo humano del PNUD, el slogan político crecimiento con igualdad, etc. dan todos cuenta de la necesidad de enfatizar en la integración social, cuando los procesos de diferenciación sistémica, por sí mismos, hacen posible los incrementos técnicos y materiales de las sociedades.
Sin embargo, esta revisión que se hace al concepto de modernización, de todos modos se va a sostener, en sus fundamentos, en la idea de un recorrido lineal por los distintos ámbitos del desarrollo (culturales, educacionales, de salubridad social, de transformaciones institucionales, etc.). Un ejercicio de racionalización técnica sobre las distintas dimensiones de lo social permitiría, desde esta perspectiva, conducir a avances hacia una optimización del modelo de acumulación y a promover una democratización social en su consumo, acercándonos cada vez más a un estadio superior de desarrollo, donde los valores compartidos se realizarían en el funcionamiento empírico de las estructuras sociales. El desarrollo aparece, nuevamente, como una finalidad política, que ha orientado el análisis y la práctica de las ciencias sociales oficiales durante estos últimos años.
Para nosotros la discusión sobre el desarrollo no se limita a encontrar en el papel los mejores equilibrios posibles entre la dimensión de la productividad y los imperativos de inclusión social, o entre la solución a la gobernabilidad del orden, por un lado, y la aspiración de participación ciudadana, por otro. El desarrollo, en cambio, es comprendido, en el marco del proyecto de la Revista Némesis y en el marco del Seminario Posibilidades de Desarrollo en Chile, desde la perspectiva de los actores sociales. El desarrollo no es el resultado de una decisión sancionada en oficinas de planificación, sino que se compone en su dinámica tensiones y conflictos de los que se hacen cargo sujetos colectivos, y en los que éstos colocan en juego valoraciones sobre determinado orden social. El desarrollo va a ser siempre una pregunta por el cambio social, y ésta, a su vez, nos lleva a la reflexión sobre los proyectos de actores concretos, sus conflictos por la transformación de la sociedad, la apertura de espacios de integración, de reconocimiento, en fin, traducir en la práctica valores en normas para la totalidad social.
El esfuerzo reflexivo que implica este debate, no ha sido impulsado ni abierto desde los centros de pensamiento institucionales de la Universidad. Esto no es casual. A nuestras esperanzas e intuiciones de aprendices de cientistas sociales, que se centran (con contadas excepciones) en la crítica como capacidad de decisión sobre la sociedad y su destino, nuestras disciplinas contestan desencantándonos. Este desencanto, sin embargo, es una moneda de dos caras, pues nos muestra también lo comprometidas que están las ciencias sociales en la disputa material sobre formas de sociedad, disputa que se está jugando hoy.
Sabemos que las ciencias sociales nacen como disciplinas del orden, del afán de normalización de lo extraño (de lo que no parece igual a lo que somos, o a lo que queremos), de lo otro que, por su otredad, por su carácter anómalo y profundamente distinto, puede ser perjudicial o atentar contra los valores que propugnamos. El afán de control, de orden represivo, aparece en el momento mismo de la fundación de nuestras disciplinas. La sociología ante la crisis social, la psicología ante lo “anómalo” (la locura, la psicosis, etc.), la antropología ante lo “radicalmente otro” (es decir, lo no occidental), los planes educacionales ante la amenaza del sentido común no ilustrado, son todas muestras de aquello.
Pero con el interés represivo, homogeneizador, surgen en las ciencias sociales otros intereses, que asumen estas diferencias, estas crisis sociales ligadas a la transformación de las estructuras de lo social, y ven en su desestabilización, en su desequilibrio, una oportunidad histórica para la recomposición de la vida social misma, es decir, surge el interés emancipatorio de las ciencias sociales. Sólo desde allí surge, al interior de la ciencia social, la crítica como posibilidad, como horizonte de integración normativa, con sentido propio para sus sujetos, con actores sociales concretos que se hacen cargo de las estructuras sociales que los determinan, y que llevan a estas estructuras a la realización de los valores que los mismos sujetos les imprimen.
Es por eso que los teóricos más representativos de las ciencias sociales (en general, los padres fundadores) poseen algo en común: su perplejidad ante la naturalización de determinadas instituciones o estructuras sociales, y su capacidad para establecer diagnósticamente la paradoja de la modernidad: la tensión (concreta, histórica, no sólo teórica) entre estructura y acción. La característica de los procesos de modernización, en efecto, consiste en generar instituciones que aparecen como estructuras perpetuas, inmutables, frente a las acciones de los sujetos. Mercado y Estado configuran marcos de acción racionales por sí mismos, garantes absolutos del orden y la racionalidad de lo social. Del mismo modo, los actores sociales pasan a cumplir un rol de primer orden, en su presión sobre estas estructuras, por la conformación de marcos de existencia más democráticos tanto económica, como política, cultural y socialmente. Se configuran así en la historia de la modernidad, movimientos sociales centrales.
La actual desaparición pública, oficial, de este movimiento social central, proyectivo, en una multiplicidad de movimientos aislados y meramente reivindicativos, hace que el mercado los lea sistémicamente como demandantes de consumo, y la democracia formal hace lo propio en términos de masa demandante de escaños parlamentarios. Se sustituye con esto la visión de la sociedad como conflicto, como totalidad que se hace a sí misma en acto, por una sociedad que opera mediante un consenso fáctico, funcional, en la que se conjugan libremercado y democracia parlamentaria, donde los actores deben ser acomodados (o acomodarse) a los espacios que el proceso de modernización va abriendo.
Este proceso es evidente en Chile. La dictadura y la administración de su legado ha impuesto un modelo de modernización cuyo norte está inscrito en la noción de crecimiento económico. Este modelo se consolida durante los noventas, cuando se acopla a este crecimiento neoliberal el factor democrático. Con ello, por fin, se podrán ver las bondades de la modernización técnica, que consisten en la capacidad que poseen las estructuras sociales, al ser maximizadas, de proveer a sus individuos de todo lo que necesitan. Una imagen que proyecta un círculo virtuoso, una ecuación perfecta, o sólo perfectible en tanto hagamos que las cosas funcionen como deben funcionar. Los diagnósticos que hicieron nuestros clásicos de las ciencias sociales se repiten de manera estremecedora: culto o fetichismo de los órdenes establecidos y del acople individual a las funciones sociales. Ahora, claro, integrando los “problemas de la gente” a la agenda técnica, como forma de imprimirle un giro al proceso modernizador, y que se expresa en los conceptos de desarrollo antes citados.
El seminario se propuso, entonces, como una invitación a discutir sobre las posibilidades abiertas en esta perspectiva, enfocando el desarrollo por un lado como la capacidad de conducir el cambio social por parte de actores sociales potenciales, y por el otro en el análisis sobre sujetos concretos que dan cuerpo a los distintos ámbitos de lo social: partidos políticos y ciudadanos en el ámbito de la política; movimientos estudiantiles y pedagógicos en el campo de la educación; sujetos que intentan romper con la participación dependiente impuesta por roles sociales; trabajadores, clases, empresarios y consumidores en el ámbito de la inserción productiva mundial; movimientos sociales como proyección actoral al mundo de lo político.
En suma, a los efectos desintegradores de la globalización, de la mercantilización de espacios públicos y de la autonomización de la esfera política, nosotros respondemos con la inquietud por la formación de actores sociales. Ésta es la dimensión propiamente intelectual y crítica de las ciencias sociales, que quisimos rescatar para el debate. Nuestra apuesta está orientada, entonces, a combinar en nuestra práctica como aprendices de cientistas sociales el conjunto de herramientas y conceptos, teóricos y metodológicos que definen nuestras disciplinas, con la perspectiva crítica y comprometida con sujetos sociales concretos, sus proyectos y sus conflictos, por definir los rumbos de los procesos sociales hacia formas más maduras de convivencia.
Estos espacios temáticos de discusión fueron cerrados sistemáticamente por dispositivos dictatoriales, bajo la rúbrica irrisoria del pensamiento único. Desde su fundación, en 1997, y desde su refundación el año 2000, la Revista Némesis ha pretendido reabrirlos y colocarlos en manos de los aprendices de ciencias sociales, en función de 3 objetivos: Ser un espacio de discusión dirigido a problemas actuales de la sociedad; Ser un espacio de discusión interestamental, entendiendo que el conocimiento se construye en la interacción de los sujetos implicados en su generación; Ser un espacio de discusión interdisciplinario, que en la discusión entre las áreas de las Ciencias Sociales, potencie las capacidades de cada una y mitigue las limitantes de su parcelamiento.
¿Por qué una revista estudiantil debe proponerse estos objetivos? ¿Por qué nos da la impresión de que somos de las pocas instancias que abren estos temas, que coloca espacios de reflexión, que critica y propone, y apela a la participación sin miedo? ¿Por qué en la Universidad, que es Universalidad, que es pensamiento y generación de conocimiento propositivo para una sociedad, no existen estos espacios? Al parecer, las estructuras dictatoriales de discusión y generación de conocimiento aún nos acompañan, nuestra sospecha es que son cómodas a más de alguien.
Estas son las razones que nos llevan a proponer pensar y debatir en torno a las Posibilidades de Desarrollo en Chile, desde los ejes arriba descritos. La compulsiva orientación actual hacia la modernización, el crecimiento, el desarrollo, ha dejado de lado el otro –necesario– polo, la otra arista que siempre ha estado presente en la reflexión social: la de sus sujetos, la de los actores sociales que viven, que impulsan y que proyectan estas demandas como suyas, con sus intencionalidades políticas y prácticas. Los últimos sucesos electorales y de manifestación ciudadana contra el APEC, nos dicen que no andábamos tan perdidos al formular estas prguntas.
Las ciencias sociales siempre contuvieron en sí la capacidad de hacerse de sus herramientas científicas, disciplinares, para constituirse en capacidad crítica, es decir, para ser capaz de realizar una crítica histórica. En torno a ello, se puede criticar una sociedad histórica concreta. Las ciencias sociales deben ser capaces de remontarse más allá del “encanto de lo concreto”, para establecer las preguntas que vinculen un determinado estado social, históricamente construido, con los actores reales que lo viven, que lo padecen, y que pueden presionar sobre sus estructuras para realizar sus valores, que son y seguirán siendo los de igualdad, libertad, justicia, verdad y belleza. Esto es lo que nos alienta hoy, a plantearnos el desafío de proponernos, y proponerles, reflexionar y discutir sobre un concepto comprensivo de Desarrollo para Chile.
Por último, agradecemos de forma especial al Centro de Estudiantes de Ciencias Sociales y al Decanato de nuestra Facultad, por el apoyo prestado en la organización y realización del Seminario.