Cuando Manuel Castells pasa revista a la introducción de la Internet en los lugares de trabajo, lo hace bajo el no poco expresivo epígrafe de “El fin de la privacidad”, invitándonos a considerar las prácticas autoritarias que se han tejido en los centros de trabajo al abrigo de las nuevas tecnologías, las que lesionan ostensiblemente la privacidad de quienes se desempeñan en ellos, cuando no inclusive ponen en riesgo otros tantos derechos fundamentales cuyo ejercicio aparece íntimamente imbricado con ella.
Y claro, así como en el modelo industrial el taylorismo y el fordismo contribuyeron a fortalecer las prácticas de control empresarial sobre el proceso productivo, en la sociedad de la información las diversas aplicaciones de la informática, en especial la Internet, potencian el control del trabajador por la dirección de la empresa, a riesgo de empalidecer el diseño panóptico de Bentham, donde todo lo que acontece es susceptible de ser visto, oído o percibido por quien ejerce el control social.