Revista invi N°37 - Agosto 1999 - Volumen 14: 74 a 89

VALORIZACIÓN PATRIMONIAL Y CONSERVACIÓN DEL ESPACIO PÚBLICO EN CONJUNTOS DE VIVIENDAS RACIONALISTAS: VILLA PORTALES VERSUS UNIDAD VECINAL PROVIDENCIA

Antonio Sahady Villanueva 1
Felipe Gallardo Gastelo 2

"La arquitectura abarca la consideración de todo ambiente físico que rodea la vida humana; no podemos sustraernos a ella mientras formemos parte de la sociedad, porque la arquitectura es el conjunto de las modificaciones y alteraciones introducidas sobre la superficie terrestre, cara a las necesidades humanas, a excepción del mero desierto."

WILLIAM MORRIS

Con justicia o sin ella, y desde las postrimerías del siglo XX, el Movimiento Moderno ha sido duramente vilipendiado por las corrientes de arquitectos vanguardistas. En Chile hay unos cuantos ejemplos que señalan su abrupta irrupción en medio del tradicional damero de algunas ciudades. Pero más allá de la imposición del modelo prohijado por los epígonos del C. 1. A. M., y por encima de sus aciertos o errores arquitectónicos, es importante considerar los efectos de ese modelo en el comportamiento de los usuarios. En el presente trabajo se parangonan dos conjuntos de viviendas racionalistas, y muy en especial la relación de sus habitantes con el tratamiento del espacio público que proponen ambos ejemplos.
With or without any right and from the end of the 20th century the Modern Movement has been strongly attacked by avant-garde architects. In Chile there are a few examples which signa! their abrupt break into the traditional framework of some cities. But beyond the imposition of a model prometed by C.I.A.M and aboye their architectonic successes or failures , it is important to consider the effects of this model in the user's behaviour. This paper compares two rationalist housing groups and special attention is devoted to the relationshipsthe inhabitants have with the treatment of the publicspaces which both examples prepose.

EL MOVIMIENTO MODERNO, ENTRE EL PECADO Y LA VIRTUD

Con o sin justicia, el juicio crítico ha dejado caer su artillería contra el Movimiento Moderno, creándose un clima de aversión hacia él. Han pagado justos por pecadores. Tal vez el problema ha sido la oportunidad: fue prematuro para nuestro medio, quizás fue una cuestión de lugar: la falta de adaptación al contexto, prescindiendo del marco preexistente. La mayor parte de sus acciones tienen un inconfundible sello, algo así como sobreposiciones de arquitectura impuesta sobre el tejido relativamente orgánico, homogéneo, continuo, sin grandes vacíos. Los altos volúmenes emergentes van abriendo espacios intermedios, no siempre controlados, a menudo sin destino cierto.
Santiago, hasta medio siglo atrás una ciudad unitaria, poseía una imagen perfectamente identificable y coherente en su totalidad; era e! resultado de la lenta sucesión de acciones que surgieron al tenor de las transformaciones sociales, políticas, económicas y religiosas. Pero esa evolución se había producido gradualmente, de forma que la morfología física de la ciudad se enriquecía progresivamente. Es el caso de Venecia, Carcasona y Segovia, con su estructura física y su núcleo antiguo invariables. En ellas la trama urbana es homogénea, sin que nada disienta excesivamente y, sin embargo, todos los elementos tienen su propia personalidad, jerarquizados en un orden establecido, en el que el lugar emergente, visual, simbólico o representativo lo ocupan los grandes edificios. La ciudad europea experimenta en los dos últimos siglos las transformaciones más radicales y rápidas de su historia.
Los ecos del Movimiento Moderno se dejan sentir en Santiago (como en otras capitales americanas), cuando proliferan los edificios de acero, vidrio y hormigón armado, prismas de líneas ortogonales, generosas áreas de cristal, ventanas repetidas hasta el tedio. Edificios grandes, medianos y pequeños. Cajas de grandes dimensiones o de porte menudo. Cajas y cajitas que adquirieron prestigio merced a la propaganda. Pocos se atrevieron a confesar que les parecían más bien feos, para no ser tildados de ignorantes. Algo así como el cuento de Hans Christian Andersen sobre el rey engañado por su sastre: todos dicen ver el hermoso traje cuando lo que sólo ven es un ridículo rey desnudo. La nueva estética se abre paso a empellones, sin mediar la criba de la opinión popular. La raíz del error deviene, seguramente, de la potestad absoluta del arquitecto sobre su obra.
¿Por qué no contar más decididamente con la intervención de los usuarios? Se evitaría, de ese modo, las malas adaptaciones interiores, las ampliaciones discordantes, la pérdida de la unidad, la arbitraria colonización de los espacios comunes. Al parecer, un edificio responde mejor cuando tiene la capacidad de aceptar los cambios, cuando es versátil, adaptaticio. La construcción ideal de un edificio debería ser razonablemente orgánica, humana, una extensión de la voluntad del hombre. ¿Por qué el al arquitecto no puede proyectar en estrecha relación con los propios dueños, con los autores del encargo? Ojalá nunca se trabaje con un cliente anónimo. Según El Lissitzky, "en la creación de cualquier gran obra, la parte que le corresponde al arquitecto es evidente, y la que le corresponde a la comunidad, latente." (3)
La lamentable tendencia actual es uniformar los modelos estéticos, vestirlos con una indumentaria común, estereotipada y aburrida. No es extraño que la arquitectura de una ciudad se identifique con sus edificios o conjuntos históricos; la arquitectura contem¬poránea, en cambio, carece de vínculos estilísticos o morfológicos con el pasado. De allí que no constituya sino edilicia complementaria, y a menudo, prescindible. Pero, muchos de estos edificios, ¿no podrían ser el parte del patrimonio futuro?
Tal vez ese mismo fenómeno explique el desarrollo de nuevas conductas sociales. En cierto modo, la relación funcional entre arquitectura y sociedad ha cambiado de sentido. Y aparece un peligro: la arquitectura, más que orientarse a la resolución de unas necesidades sociales determinadas, se utiliza
para especular con estas necesidades, en función de intereses económicos o ideológicos privados. ¿Qué es el paisaje urbano contemporáneo, sino el producto de la combinación entre sociedad, la arquitectura y las corporaciones económicas que lo arman y desarman a su entero arbitrio? (4) No es menos cierto —y es justo reconocerlo- que la arquitectura, más que servira la sociedad, representada por un determinado mandante, sirve al propio autor para su gloria personal o, al menos, para la exposición de un programa ideológico con el que se identifica. A menudo estos afanes egocéntricos ofrecen como resultado una arquitectura descontextualizada, indiferente con su realidad inmediata. Es arquitectura concebida para el lucimiento ante los demás arquitectos. Más objetual que humana; más próxima al arte puro que al arte aplicado.
Es paradójico que los habitantes de los grandes inmuebles —a menudo densamente ocupados- sufran de aislamiento, de soledad: los hombres se ignoran unos a otros y viven en verdaderas máquinas para habitar, ajenos a un entorno humanizado, divorciados de la naturaleza. Hace menos de un siglo, el humorista Alfonso Albis afirmaba que lo mejor sería construir las ciudades en el campo. Esta irónica sugerencia desnuda la impotencia de los urbanistas, que sueñan inútilmente con airear la ciudad y dar clorofila a sus moradores, rodeando los fríos volúmenes con mezquinas áreas verdes, al menos en los planos. Y es que los contenidos teóricos que los críticos de la arquitectura moderna validaron universalmente estuvieron muy lejos de ser llevados a la práctica. La experiencia en terreno se ha ocupado de desmentir rotundamente los supuestos conceptuales.
El estilo internacional se las arregló para despersonalizar las ciudades. Los edificios de impronta universal terminan siendo de ninguna parte, abandonando cualquier regionalismo. Esta lastimosa característica tuvo su origen en la Revolución Industrial: se hizo gala de la incorporación de novedosos materiales y técnicas edificatorias, transformando el tradicional arte de construir.
La seriación se asimila a velocidad y eficiencia. Lo importante es que el edificio funcione. Se buscada economía, la estandarización. Mendelsohn afirma que "la máquina, hasta ahora agente sumiso de la explotación no creadora, se torna en elemento constructivo de un nuevo organismo viviente."
Es también cierto que la multiplicación de volúmenes aislados desemboca frecuentemente en la creación de ciudades invertebradas, sin carácter, más al servicio de la economía que del ser humano. Pero vale la pena peguntarse: ¿es que esta arquitectura heredada de Le Corbusier y el Movimiento de los C. I. A. M. Es solamente pródiga en defectos? Para los defensores de este movimiento, el desarrollo de un tipo de edificio y su repetición perfeccionada a lo largo del tiempo son las bases de una forma orgánica de creatividad. En su obra "Hacia una Arquitectura" Le Corbusier compara el Partenón con un automóvil Voisin: dos prototipos desarrollados y repetidos a lo largo del tiempo que apuntan a la precisión y la perfección.
Más tarde la estética maquinista habrá de derivar en la estética tecnológica y con ella el llamado "edificio inteligente", donde el hombre delega en controles electrónicos gran parte de los servicios. En las grandes ciudades de la Europa de hoy, los conjuntos fueron paulatinamente reemplazando los barrios insalubres de la periferia, respondiendo a un «plan-masa», que facilitó la circulación y un mejor empleo de las superficies habitables. La vastedad de las obras hizo conveniente la industrialización de las técnicas constructivas. Se masificó el uso de vigas de gran longitud que dejan libres vastas superficies e, incluso, fachadas enteras, mediante la posición retrasada de los pilares; posibilidad de construir edificios apoyados sobre esbeltas columnas; ventanas en ángulo; losas en voladizo; escaleras suspendidas; libertad de composición y distribución en las plantas o "planta libre", debido a la eliminación de los muros de carga y a la reducción de al estructura vertical sustentante, y, en fin, la posibilidad de construir sin la esclavitud de los muros. Por otra parte, no se puede desconocer que sus moradores empezaron a disponer de ciertas ventajas, tales como el servicio común de las instalaciones domésticas: ascensores, calefacción, recogida de basuras y otros. Pero, ¿es esto suficiente? ¿Acaso no es importante dotar al edificio del alma antes que de inteligencia? ¿De calor de hogar antes que de calefacción? ¿De ofrecer la posibilidad de la convivencia colectiva ala parque de los servicios destinados a la comodidad individual?

LA IMPORTACIÓN DE UN MODELO

Son las comunidades quienes dotan de sentido el patrimonio: lo cualifican, lo identifican. El patrimonio está al servicio de ellos, quienes, a su turno lo traspasarán a las futuras generaciones. Pero el patrimonio debe estar vivo, puesto en valor. Como bien se señala en «Las Normas de Quito» (5), el término puesta en valor involucra la necesidad de utilizar al máximo el caudal de los recursos. En el caso de los conjuntos que nos detenemos a analizar, equivale a habilitarlo en su máxima capacidad, resaltando sus características y procurando su máximo aprovechamiento. Dicho de otro modo, se trata de poner en productividad una riqueza deficientemente explotada, de manera que cumpla a plenitud las funciones que se le encomiendan. Lejos de mermar sus méritos históricos o artísticos, los acrecienta, para disfrute de la comunidad. Transcurridas algunas décadas, los conjuntos arquitectónicos aquí expuestos empiezan a ser familiares en la memoria de los residentes y visitantes actuales. Tienen, a no dudarlo, rasgos que los identifican y los hacen únicos. Cada momento histórico obedece a la multívoca realidad que lo cerca. Tal vez sea la arquitectura la mejor radiografía que se puede obtener, porque congela el tiempo y exhibe, sin dobleces, la filosofía del pensamiento reinante. El producto de los arquitectos es un retrato social en tres dimensiones que expone, de cara al sol, las virtudes y defectos del hombre, sus ambiciones, sus grandezas, sus miserias. Los alardes grandilocuentes, sus desbordes, los arrebatos de audacia. La ciudad se transforma, de vez en cuando, en campo de experimentación y se siembra en ella, sin demasiado discernimiento, la buena y la mala arquitectura. La propia y la ajena. Si la tentación es incontenible, se importa.
¿Cómo desconocer que los conjuntos de la Unidad Vecinal Portales y la Unidad Vecinal Providencia son productos trasplantados de una realidad diferente? Constituyen parte de un episodio en el cual el rol del Estado abrigaba un sentido paternalista, benefactor, con profunda preocupación social. El hambre de vanguardia y de ansias progresistas -con especial énfasis en la arquitectura racionalista como estandarte- hizo echar mano a todo el repertorio de conceptos que empollaban los gestores del Movimiento Moderno. La revolución tecnológica merecía un correlato consecuente, obras que efectivamente dieran cuenta de la nueva realidad en la que fueran protagonistas el hormigón armado y las grandes superficies de cristal, las formas simples, la modula-ción insistente. Y con ello la economía de medios, los espacios comunitarios, las circulaciones peatonales, las presuntas áreas verdes. El equipamiento social, los grandes conjuntos habitacionales. En fin, todo el vocabulario expresivo del momento, encarnado en los postulados del C.I.A.M.
Faltó considerar lo que llenaría esos conjuntos: el hombre, la familia. Tal vez ese fue el error. La sociedad, aún anclada a sus atávicas tradiciones, no estaba preparada para el cambio. Ei envase no ajustaba con el contenido. La adaptación fue lenta y, muchas veces, imposible. La vida comunitaria fue apenas una entelequia, una declaración de buenas intenciones. La teoría fue a nadar al río pero se ahogó porque no tenía práctica.
Ambos conjuntos han corrido distinta suerte. En el caso de la Unidad Vecinal Portales vinieron años de incuria, de sostenida indiferencia para con el conjunto. El tiempo ha elaborado en él una minuciosa decadencia, que a su vez condiciona negativamente a los usuarios. Un edificio que se queja mueve a la tristeza y, poco a poco, al desinterés. Los habitantes lo usan mecánicamente, insensibles a la idea de que el moribundo necesita auxilio. ¿Carencia de una seria formación cívica? ¿Incapacidad de discernir lo que más conviene a la comunidad, más allá de la mezquina esfera privada?
Es un hecho que existe una irreductible resistencia a observar el panorama desde el lejano punto del bien público. Cada quien cierra la puerta tras de si y se enclaustra en su limitada célula. ¿Y qué hay de los grandes principios que sustentaron el movimiento de los C.I.A.M., que privilegiaban los espacios comunitarios, el esparcimiento compartido, el protagonismo de los parques? irónicamente, la realidad se ha burlado de los sueños de alto vuelo, para multiplicar las rejas, las divisiones mezquinas, el despojo de equipamiento mayor y menor, el imperio de los terregales sin identidad.
La circulación peatonal aérea —su insignia formal- ha sido impiadosamente obliterada por una rústica techumbre que, sin duda, corrige las filtraciones de las aguas lluvias a través de la maltratada losa de hormigón armado. Pero esta manifestación física revela problemas de fondo, y que son extensivos a todos los conjuntos representativos del Movimiento Moderno. Revela, sin duda, la evidente insatisfacción del usuario, que se ha negado a encorsetar su forma de vida en las imágenes impuestas por el modernismo. De allí su inconformismo, pregonado a voces con las intervenciones contestatarias. El regreso al purismo de las formas se hace imprescindible, para salvar un patrimonio que se desvanece inexorablemente. Pero ese rescate debe ser consonante con los intereses del habitante. Y todas las nuevas acciones tienen que apoyarse en un profundo análisis de especialistas, recogiendo las aspiraciones íntimas de la sociedad, sin renunciar a los principios que inspiraron esta arquitectura de vanguardia.
Los sueños —el proyecto- deben mantener sus vuelos, sin perder altura ni menos el norte, que es el usuario y sus necesidades reales. Pero la tarea estaría incompleta si junto con ello no se instruye a ese usuario, si no se le hace consciente los valores de que dispone, y de qué manera debe potenciarlos para su propio beneficio. Cultura, difusión, creci-miento. Los valores permanentes por sobre los transitorios, efímeros e inconsistentes. La autenticidad por encima de los afanes imitativos, a menudo extempo-ráneos, casi siempre descontextualizados. Hace falta, en suma, recuperar las virtudes de lo local por encima de la pretendida globalidad, tan insulsa y descomprometida.

DOS CONJUNTOS CON DIFERENTE FORTUNA

Unidad Vecinal Providencia y Unidad Vecinal Portales

Una atenta revisión a los expedientes en la Dirección de Obras de la comuna de Providencia permite comprobar el beneplácito con que los propietarios recibieron los respectivos certificados de aprobación de los edificios de la Unidad Vecinal Providencia. Los expedientes están en regla, sin duda, y dan exacta cuenta de cuáles son las superficies de beneficio común, aquellas afectas a la venta (bodegas y estacionamientos); o las superficies comunes no vendibles (salas de máquinas y salas de reuniones); y, también, las superficies y equipamientos de uso común y su correspondiente régimen de propiedad (es el caso de un pabellón destinado a carabineros y el gimnasio que ocupara durante muchos años la Federación de Esgrima de Chile).

Fig. 1: Situación actual de las pasarelas

¿Cómo se explica esta conformidad, esta ausencia de conflicto?
Es posible que, a pesar de la ruptura que el movimiento racionalista inflige a la estructura urbana existente, sea más fuerte la continuidad funcional que impone el comercio sobre la Avenida Providencia. Es precisamente la disposición del comercio lo que define una frontera, un borde a partir del cual el transeúnte se encuentra en un área restringida de índole habitacional, o bien, en un área menos circunscrita, de índole pública.
No es raro que este mismo hecho se conjugue con el emplazamiento, limitado por tres calles y un Hospital que, en conjunto, determinan la manzana de manera inequívoca, aun cuando la comuna sea tributaria de otras reglas formales. Dicho de otro modo, el complejo arquitectónico es ajeno a la trama, pero este hecho es aminorado por su localización en una manzana nítidamente confinada, que se refuerza con la disposición del comercio: éste contribuye a generar fronteras simbólicas y funcionales poderosamente perceptibles.
Pero aún existe otro factor que, en cierta medida, justifica la concordia entre el escenario preexistente y la arquitectura advenediza que deja caer abruptamente los nuevos códigos de su lenguaje sin raíces: la comuna de Providencia enarbola con indisi-mulado orgullo su vocación de ciudad-jardín. Precisamente allí los edificios encuentran un terreno fértil -o menos estéril- para la siembra de las consabidas «cajas, cajitas y cajones» propios del movimiento racionalista.
La complicidad entre la ciudad-jardín y la ciudad racionalista se advierte en la confluencia de intereses: ambas persiguen, con distintos propósitos, elementos
naturales como el sol y las áreas verdes. Por razones de corte cultural, la primera; por razones de índole higiénica, la segunda.
¿O será que el proyecto de la Unidad Vecinal Providencia no es tan racionalista como parece? Algunos de sus rasgos pueden interpretarse más bien como conservadores, lo cual morigera decididamente el choque entre una postura de vanguardia y la ciudad preexistente, teñida por el atávico tejido que ha ido elaborando el despacioso andar del tiempo. No se produce, en definitiva, el brutal encuentro entre modernidad e historia, tan negativamente expresado en la mayor parte de las capitales latinoamericanas. Los años que sobrevinieron ala construcción de la Unidad Vecinal Providencia han visto consolidarse el maridaje entre ésta y el contexto que le acogió primitivamente sin convicción.
La misma inquietud, trasladada a la comuna de Quinta Normal, nos muestra una realidad diferente en la Unidad Vecinal Portales: los usuarios expresan su inconformismo, solicitando permiso para la instalación de comercio, pedir cambio de destino o, simplemente, ampliar ciertos espacios. Curiosamente, esos espacios son de propiedad municipal. La explicación puede encontrarse en la escasa definición de grandes espacios de incierta función. El territorio que es de nadie–la entidad fiscal no ha hecho soberanía en él- termina siendo de quien tenga más decisión por colonizarlo. La indefinición es, sin duda, el principio de la anarquía y de la imposición de una ley más propia de la selva que de la ciudad. No existen límites perceptibles que señalen las diferentes tenencias del territorio: ni demarcaciones en el piso mediante color o textura, ni muretes, ni elementos vegetales, ni coberturas virtuales. Nada que dé cuenta de una domesticación
del espacio (6), estimulado por la relación visual, que se asocie con el control y la consecuente seguridad para los usuarios. Ni siquiera es fácil la vigilancia desde el interior de los edificios a través de las ventanas.
Con seguridad, las grandes áreas vacías propuestas en el proyecto se soñaban verdes, contra las cuales destacarían los grandes volúmenes que se despegaban del piso. Podrían ser contemplados desde las amplias pasarelas continuas —de 5 metros de ancho- que recorren el conjunto a nivel de segundo piso, conformando una suerte de "plano nobile".
Las pasarelas aéreas —que son a la vez espacio público de circulación y espacio intermedio de llegada a los departamentos- son sólo un lugar de contemplación del desamparado suelo que está debajo. La desconexión funcional propicia, al final de cuentas, el mal uso de los malogrados espacios públicos. La ausencia de límites territoriales simbólicos equivale, sin duda, a una renuncia consciente de la comunidad a estos espacios teóricamente comunitarios. Una suerte de capitulación, de rendición7.
Y para los audaces que obtienen réditos particulares de las indecisiones colectivas, es una situación que no se desaprovecha: se apropian de terrenos mediante el simple expediente de instalar rejas a su entero arbitrio formal. La reja se constituye, de paso, en un recurso defensivo, amén de límite simbólico. Quienes no construyen su reja optan por la introspección como mecanismo de protección frente a un medio que se juzga adverso, agresivo.
Por otra parte, la conjunción de roles tan disímiles como un campus universitario, un extenso parque semipúblico —como es la Quinta Normal- y un eje intercornunal de intensa actividad, ofrecen como resultado un barrio heterogéneo y de pobre identidad. Una suerte de conjunto de islas que no conforman archipiélago. Cada situación es sinónimo de autonomía y exclusión. La Unidad Vecinal Portales, que es una de las islas, se derrama hacia el campus universitario - obra anterior de los mismos arquitectos no llega a suturarse correctamente con éste. Imposible no concluir que se trata de una arquitectura descontextualizada dentro de la urdimbre convencional de la ciudad. ¿No será que la isla clama por tender puentes con las otras islas?
Pero, ¿cuáles son los nexos dialógicos entre el conjunto arquitectónico y el usuario? ¿Dónde reside la buena o mala relación entre ambos? Básicamente, en la calidad y tratamiento de los espacios públicos; en la de los espacios intermedios; en las características del interior de las viviendas. Y con seguridad, también en la capacidad de adaptación del espacio a los necesarias mutaciones, conforme varían las condiciones de vida. Merece la pena examinar, someramente, la calidad y el tratamiento de los espacios públicos en los dos modelos contrastados para verificar sus diferencias.
La Unidad Vecinal Providencia se caracteriza por una razonable simplicidad en la definición de su espacio público. La disposición de les volúmenes crea vacíos grandes y medianos, de evidente regularidad en su forma. El diseño de los jardines obedece más a un criterio práctico que estético. En cambio, en la Unidad Vecinal Portales la jerarquización resulta un tanto vaga: los espacios no se reconocen por lucir características demasiado notables, al revés de los edificios que sí resultan atractivos (si se miden con el parámetro de la época en que se proyectaron). Y es que los espacios vacíos no están domesticados y, por lo mismo, parecen ajenos a toda carga sentimental. Ello explica el precario equipamiento y el agudo desamparo que les aflige.

Fig. 3: Emplazamiento de Villa Portales

Entre los grandes vacíos de la Unidad Vecinal Providencia se reconoce el gran parque-jardín que se encuentra entremedio de los edificios habitacionales. Es el gran espacio articulador en términos funcionales. Tiene unos 250 metros de largo y un ancho variable que fluctúa entre los 50 y 60 metros, debido a su silueta dentada. Es, en todo caso, un espacio generoso, con jardines relativamente bien cuidados, juegos infantiles, remansos, senderos serpenteantes, una laguna que permite la navegación de barcos controlados por la mano de un niño y una pajarera que colabora con el ambiente bucólico. Presenta, además, escaños que se acomodan a los remansos que jalonan la circulación. Es, en síntesis, un parque/jardín que invita a la permanencia y la contemplación. Camilo Sitte aseguraba que "el destino de la mayor parte de los barrios de !a ciudad es la construcción de viviendas comunes, no importa que se presenten en ropa de faena; pero las calles y plazas deberían aparecer con traje de fiesta para la alegría y gloria de sus habitantes." Parafraseando su idea, se podría afirmar que el destino de la mayor parte de los conjuntos habitacionales responde a las funciones privadas de la familia y, por lo tanto, pueden estar en ropa de trabajo; pero los patios y espacios abiertos comunitarios deberían engalanarse para el retozo y sosiego de sus usuarios.
La Unidad Vecinal de Providencia se aproxima a este ideal. Pero, ¿qué es lo que lo hace tan activo, tan vital? ¿Influye, a lo mejor, el gimnasio destinado a la Federación de Esgrima que se emplaza en el centro de este espacioy que hacelas veces, paralelamente, de un natural centro de vigilancia en el lugar?
Como contrapartida, los espacios mayores de la Unidad Vecinal Portales, antes que a !a permanencia, estimulan al tránsito. Vacíos sin tratamiento, de fuerza centrífuga antes que centrípeta, de inquietante abandono. La nula seguridad que ofrece la falta de vigilancia (ni siquiera hay personal de mantención) y la ausencia de actividad normal asusta y ahuyenta a los vecinos bien intencionados, contribuyendo a su desapego. Por el contrario, la penumbra y la ociosidad del espacio son una imperdonable concesión a la drogadicción y la delincuencia.

Fig. 4: Superficie vacía en Villa Portales

Fig. 5: Circuito verde en Providencia.

No es aventurado asegurar que la calidad morfológica de los espacios vacíos inciden necesariamente en la percepción y en el consiguiente uso de ellos. Las formas de vida, los hábitos, las relaciones humanas en buena medida las decide el arquitecto en su propuesta. Por muy poderosa que sea la gravitación del equipamiento de un determinado espacio, si dicho espacio es potencialmente limitado, está condenado a fracasar. Chombart de Lowe (1976) afirma que los hombres se comportan y piensan en el complejo espacio que ha sido acondicionado por ellos y para ellos.(8) Es justo reconocer, sin embargo, que alguna influencia tiene la dinámica de uso que se dé en torno a él. Al respecto, es palmariamente más afortunada la situación de la Unidad Vecinal
Providencia que la Unidad Vecinal Portales. Por las proporciones de los vacíos resultantes; por el definido uso de sus bordes.
Al respecto Hillier opina que los espacios tensionados favorecen la integración, en sentido axial, entre partes distantes de un sistema, a la vez que debilitan la conformación de un espacio colectivo (le llama espacio convexoj9.
Precisamente la arquitectura de los años 60, que procuraba esas composicionestensionadas; adolece de una cierta incapacidad para generar espacios acogedores para la actividad humana. Y esta característica no pasa inadvertida en la Unidad Vecinal Portales.

Fig. 6: Ilustración área verde.

Fig. 7: Circulación en Villa Portales.

AL RESCATE DEL HOMBRE

La multiplicidad de factores que intervienen en los procesos urbanos es tal que el arquitecto, especialmente en la construcción de edificios, sólo puede tener acceso a una escasa parte de la información necesaria. Apenas logra tener una incompleta visión general. O lo que es peor, una completa visión parcial. Cuando se analiza las verdaderas causas del caos urbano, es grande la tentación de atribuirlo a la forma de la ciudad. De aquí los múltiples intentos de lanzar soluciones, que se traducen en escritos técnicos, las más de las veces, discutibles. Ocurrió con el esquema de la "ciudad lineal" de Arturo Soria, como con el de la "ciudad-jardín" de Hebenezer Howard. Con el de la "ciudad radiante" de Le Corbusier y con los planes sudamericanos, de J. L. Sert. Con los de la "ciudad-ideal" Broadacres de Wright, y con el propio urbanismo-ficción de nuestros días: el arquitecto propone soluciones ideales de la ciudad, intenta vestirla, darle forma. Pero, aunque se niegue a reconocerlo, se impone sobre su propuesta el peso de una realidad que no supo vislumbrar oportunamente en tóda su magnitud y complejidad. Lo anormal es que la experiencia resulte un éxito, en cuyo caso hay que adjudicarle el justo mérito a la intuición feliz o a la visionaria intervención de su autor.
En el sistémico y globalizante mundo de hoy es impensable una acción aislada. El intercambio de ideas y de conocimientos es de tal intensidad y dinamismo que cualquier esfuerzo individual está condenado a fracasar. Sin desconocer el aporte de los grandes arquitectos -los "pioneros", en expresión de Pevsner- cuya excepcional calidad les ha permitido desplegar formulaciones teóricas de decisiva importancia en la configuración de la ciudad, es justo interpretar, no obstante, que los resultados siguen siendo un producto lógico e inevitable de las condiciones intelectuales, sociales y técnicas de la época en que se gestaron. Por eso, dentro de una concepción común, afloran los matices locales.

Fig. 8: Circulación en Villa Portales.

En efecto, el Movimiento Moderno chileno no es comparable con el europeo. Es otro momento, otro medio, otra economía, otra idiosincrasia.
Ha sobrevenido la tecnología aeroespacial y el uso de metales ultralivianos, de los cristales en tensión, del aluminio extruido y del aluminio superplástico complementados por lámparas no incandescentes de bajo consumo, paneles de energía solar, estructuras inflables y los múltiples equipos de comunicación audiovisual que declaran su inteligencia. Hoy día el artefacto es una proeza de la técnica, un objeto en sí mismo, para sí mismo, vacío de significado cultural. La arquitectura pretende ese modelo, aspira a fusionarse en él.
Es hora de recuperar el terreno perdido por el hombre. Prodigarle riquezas para su espíritu, para hacerlo mejor. Devolverle los espacios que su espíritu reclama, sin desaprovechar loa adelantos que ofrece la técnica.
La arquitectura -su morada, su lugar de residencia- debe brindarle la oportunidad. Para que pueda ser él mismo, con sus grandezas y miserias. El hombre como eje y núcleo del espacio, con sus sentimientos y emociones, con su capacidad de percibir y de sentir. Con el horizonte abierto para edificar su genuina identidad.

Bibliografía

Domeyrat, Bernard (Traducción de Juan Blanco Catalá). 1971 «El Hombre de hoy». Mas-Ivars Editores, S.L. Valencia, 1971.
Hillier, Bill; Hanson, Juliene. 1984 «The Social Logic of Space». Cuarta edición, Cambridge University Press, Cambridge, England, United Kingdom, 1993.
Kossac, Carlos. 1998 «Cambio social y cambio urbano como componentes de un espacio público evolutivo: el caso de Puerto Montt. Seminario del Departamento de
Urbanismo, 52 Año, Facultad de Arquitectura & Urbanismo de la Universidad de Chile. Santiago, Chile, 1998. Newman, Oscar. 1972 «Defensible Space / People and Design ín the Violent City" Architectural Press, London, England, United Kingdom, 1976.
Relph, Edward. 1987 «The Modern Urban Landscape», Editorial The Jhons Hopkins University Press. Baltimore, Maryland, United States of America U.S.A., 1987.
Sepúlveda, Ximena; Ruminot Sergio. 1981 «Estudio de Inversión en área de Renovación Urbana: Alameda Poniente.» Seminario del Departamento de Urbanismo, 52 Año, Facultad de Arquitectura & Urbanismo Universidad de Chile. Profesor guía: Angel Hernández. Santiago, Chile,1981.


NOTAS

1 Arquitecto, Director Instituto de Restauración, Académico del Departamento de Historia, Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile.
2 Arquitecto, Académico del Departamento de Historia, Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile.
3 Domeyrat, Bernard (Traducción de Juan Blanco Catalá). «El Hombre de hoy.» Editorial Mas-lvars Editores, S.L. Valencia, 1971. pág.46.
4 En palabras de Edward Relph: «... En verdad las corporaciones casi parecen estar comprometidas con los departamentos de planificación gubernamentales en un gran proceso dialéctico de confrontación, compromiso y construcción.» ( Relph, Edward: «The Modern Urban Landscape», pág.: 167)
En este sentido se piensa en como la iniciativa privada ya sea por la vía inmobiliaria de la vivienda, el comercio (léase desarollo de «malas») o las oficinas; moldea en gran medida la ciudad contemporánea.
5 Informe Final de la Reunión sobre Conservación y Utilización de Monumentos y lugares de interés Histórico y Artístico. Quito, 1967
6 Newman, Oscar. 1972 «Defensible Space/Peopleand Design in.the Violent City.» Architectural Press, London, England, United Kingdom 1976. Pág. 63:
En relación a la «domesticación» del espacio, Newman resalta la importancia de los símbolos como un lenguaje, cuyo repertorio define fronteras y reclama territorio. Las definiciones simbólicas son interrupciones a lo largo de caminos y senderos de acceso que crean zonas percibibles de transición de los espacios públicos a los espacios privados, de ahí su importancia como definidoras de límites.
7 Newman, op. cit. pág. 80-101.
8 Citado po Kossac, Carlos. Cambio social y cambio urbano como componentes de un espacio público evolutivo: el caso de Puerto Montt. Seminario de Urbanismo, 52 Año, Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile. Santiago, 1998, p. 5.
9 Hitler en su obra «La lógica social del espacio- señala en referencia a los distintos tipos de espacio que la estructura del espacio abierto público, necesita ser considerada en términos de axialidad y convexidad, considerados ambos de modo separado y en relación entre si. La axialidad se refiere a la máxima extensión global de un sistema de espacios unificados bidimensionalmente, lo cual es asimilable a la tensión plástica entre dos espacios. En términos sociológicos la axialidad se refiere al movimiento hacía y a través del sistema, el encuentro con los extraños, las visitas, aquello que es ajeno al sistema social.
10 La convexidad en cambio, se refiere a la organización local del sistema, o sea, a su organización desde el punto de vista de aquellos que ya están presentes en el sistema estáticamente. Hillier, Bill; Hanson, Juliiene. 1984 «The Social Logic of Space». Cuarta edición, Cambridge University Press, Cambridge, England, United Kingdom, 1993. Pág. 97.