Revista invi N°23/Noviembre 1994/Año 9:4-26
Emilio Torres Rojas²
Patricio de la Puente Lafoy²
Patricia Muñoz Salazar²
Rubén Sepúlveda Ocampo³
Ricardo Tapia Zarricueta³
2 Sociólogos, Académicos del Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile
3 Arquitectos, Académicos del Instituto de la Vivienda, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Chile
EL PROBLEMA
Los problemas urbanos en la actualidad abarcan una amplia gama de
aspectos, desde la contaminación atmosférica, de aguas y
suelo, pasando por el aumento sostenido del parque vehicular y su
consecuente incidencia en la congestión, hasta las dificultades
derivadas del crecimiento inorgánico de la ciudad, por mencionar
algunos. Sin embargo, desde la perspectiva del habitante, no todos
ellos poseen la misma importancia ni afectan la calidad de vida de la
misma forma.
Durante los últimos años, el problema de la inseguridad
ciudadana se ha revelado como uno de los más graves en muchas
ciudades de países en desarrollo, como queda demostrado en
distintos estudios de opinión, denuncias de la población,
artículos de prensa y programas televisivos, los cuales
están indicando un manifiesto temor del ciudadano frente a los
actos delictuales hacia personas y bienes perpetrados ya sea en el
espacio público o privado. Como consecuencia los ciudadanos
declaran no sentirse seguros en la calle ni en su hogar y en su
mayoría señalan adoptar resguardos tales como disminuir
las salidas a ciertas horas, reforzar la seguridad de sus casas o
evitar acudir a ciertos lugares considerados peligrosos para prevenirse
de algún hecho delictivo.
Como respuesta al problema de la inseguridad los gobiernos han venido
adoptando en forma creciente, un conjunto de medidas orientadas
fundamentalmente al aumento de la dotación policial,
incrementando los recursos tecnológicos y presupuestarios y la
creación de instancias institucionales especializadas en tratar
dichos temas a nivel comunal, regional y central.
Estas iniciativas aunque útiles para hacer frente al problema,
adolecen de restricciones derivadas de la definición general que
se maneja. Tradicionalmente se concibe el fenómeno en
función de la inseguridad, relevándose como elemento
problemático el delincuente. Aparecen entonces como alternativas
lógicas, la represión legitima de estas conductas, siendo
responsabilidad del Estado el ejecutarla, a través de medidas
que prevengan el delito y sancionen con eficiencia a quienes incurren
en conductas antijurídicas. De esta forma, se tiende a
identificar la inseguridad como sinónimo de delincuencia,
generándose en contrapartida una imagen de la comunidad como
víctima pasiva que debe ser protegida por la fuerza
pública. Como consecuencia de esta definición negativa de
la seguridad, se ignoran sistemáticamente las potencialidades y
el rol activo que le corresponde a la comunidad en la superación
de este problema.
Obviamente no basta definir a la comunidad como un sistema activo
respecto del logro de la seguridad ciudadana. Como dicha
definición remite a la capacidad real de organización y
cooperación que pueden llegar a alcanzar grupos sociales
concretos, resulta ineludible considerar este proceso en el contexto
situacional efectivo donde ocurre. Si bien la inseguridad puede
expresarse en todo el espacio urbano, es al interior de los
hábitat residenciales donde las medidas que adopta el gobierno
central tienden a presentar un menor impacto, dada la multiplicidad de
conjuntos residenciales en metrópolis como Santiago. Por otro
lado, es en esta escala donde la comunidad puede jugar un rol
más activo para enfrentar el problema, en la medida que
éste forma parte de su vida diaria.
En general, las investigaciones sobre el tema han considerado la ciudad
como un escenario global de prevalencia de delito, tendiendo a olvidar
que la delincuencia ocurre en espacios urbanos específlcos donde
las personas desarrollan su vida cotidiana.
Si bien todos los sectores sociales en Chile consideran preocupante el
problema de la inseguridad (CEP/ADIMARK,1993), es en los conjuntos
residenciales emplazados en comunas de menores ingresos, donde se
alcanzan los niveles más elevados de asaltos, robos, agresiones
y otros delitos contra las personas y la propiedad (Oviedo y Trivelli,
1992; Fruhling, 1994).
En las comunas pobres uno de los mecanismos más importantes de
crecimiento han sido los programas de vivienda social desarrollados por
distintos gobiernos durante las últimas décadas. Estos
han operado mediante las modalidades generales de radicación y
erradicación de conjuntos irregulares,
las cuales han localizado a las personas en el mismo lugar que ocupaba
el asentamiento precario o han desplazado grandes masas poblacionales
hacia áreas deprimidas de la dudad, donde el suelo urbano es
relativamente más barato, reforzando procesos de
fragmentación y segregación. Conceptos como "ciudad
rica-ciudad pobre", "relocalización socioespacial de la
pobreza", "dos ciudades" entre otros elaborados durante los
últimos años en Chile dan cuenta de este proceso (Matas y
Jordán, 1988; Morales y Rojas; 1987; CED, 1989).
Por otra parte, se ha señalado que el aumento de la
sensación de inseguridad en la población de estos
conjuntos ha ido generando retrocesos que determinan incertidumbre en
el tejido social, debido a la disminución cuantitativa y
cualitativa del equipamiento comunitario, el debilitamiento del sistema
cooperativo y el aumento de la privatización vecinal de las
áreas de uso público (Gurovich, 1993). A ello se agrega
el hecho que en el diseño de los conjuntos de vivienda social no
se ha considerado seriamente la variable seguridad, siendo común
la conformación de tramas laberínticas, la
distribución de fachadas continuas sin control visual de la
calle o de entornas inmediatos, circulaciones públicas de acceso
o salida de los conjuntos a través de sitios eriazos o
deteriorados, la existencia de pasajes estrechos con escasa
visibilidad, etc.
Todo eso contribuye a la ansiedad colectiva y ayuda a comprender la
demanda de la población por el aumento de la vigilancia
policial, la instalación de retenes al interior de los
conjuntos, el mejoramiento del alumbrado público o la creciente
tendencia observada al cerramiento mediante rejas de calles o pasajes,
con el propósito de evitar la circulación de
extraños. Este último tipo de acciones parece cooperar
especialmente con la segregación y atomización de la
ciudad, más aún cuando el Estado desarrolla una constante
acción habitacional que conlleva la necesidad de adecuados
equipamientos vecinales y la definición de limites a la
expansión del suelo urbano (INVI, 1994).
Como tendencia global se puede afirmar que durante los últimos
años la conformación del espacio urbano, especialmente a
través de la construcción de nuevos conjuntos
habitacionales, se ha basado en la graduación del espacio
público de la ciudad hacia el espacio semi-público del
barrio, hasta llegar al espacio privado de la familia. En muchos casos
esta conceptualzación de la trama urbana ha originado conjuntos
residenciales segregados de la ciudad, que no logran producir la
sensación de seguridad y bienestar tan anhelado,
recurriéndose a la Instalación de rejas, vallas o guardas
para controlar las áreas de uso público e incluso para
proteger las viviendas.
Desde ese planteamiento se dificulta la conformación de
comunidades y barrios y se favorece la aparición de una
sumatoria de enclaves con intersticios y zonas no zonas no protegidas
potencialmente peligrosas por su tala de control comunitario.
"Más que las distancias importan las rupturas, las
discontinuidades o desintegración de la malla en términos
topológicos, pues se ha comprobado un aumento brusco de la
delincuencia, producto de estas intervenciones (Greene, 1994).
Es indudable que las distintas concepciones sobre los fenómenos
espaciales desarrollados hasta ahora han resultado insuficientes para
dar cuenta en forma adecuada de la multidimensionalidad de los
fenómenos urbanos, que por reunir factores sociales y
fisicoespaciales toman especialmente difícil su tratamiento y
comprensión. Una consideración crítica de estas
perspectivas junto con una apertura a nuevas propuestas conceptuales
puede ayudar a construir herramientas más adecuadas para
observar y describir procesos sociofísicos que, como la
seguridad residencial, se han ido tornando cada vez más
complejos, al considerar el actual nivel de desarrollo y
diferenciación alcanzado por la sociedad moderna.
Más que las distancias, importan las rupturas, las
discontinuidades o desintegración de la malla en términos
topológicos (Pobl.O'higgins, X Región)
INSUFICIENCIAS DE LAS CONCEPTUALIZACIONES SOBRE LOS PROBLEMAS URBANOS
Las teorías que han intentado relacionar lo social y lo
espacial se han encontrado con la dificultad que no existe un recuento
descriptivo consistente acerca de las características
morfológicas del espacio construido por el hombre, susceptible
de ser determinado por procesos y/o estructuras sociales, como tampoco
se dispone de un recuento descriptivo sobre qué
características morfológicas de las sociedades pueden
requerir de una u otra forma espacial. (Hillier, 1984). La raíz
de este problema, entonces deriva de los paradigmas espaciales
utilizados para dar cuenta de la sociedad y de los asociales para
describir la forma urbana.
Se ha definido dicha insuficiencia como una crisis de los paradigmas
sobre la realidad urbana, derivada de consideraciones unidimensionales
que definen los fenómenos espaciales con autonomía de los
sociales (CEPAL, 1989). Las dificultades no sólo parecen
provenir del nivel de complejidad que han alcanzado las
metrópolis contemporáneas, sino también de una
conceptualización incorrecta, muchas veces derivada de la
especialización académica ejercida durante décadas
por geógrafos, sociólogas, arquitectos o planificadores
urbanos. Ello deriva del hecho que estas profesiones han usado a la
ciudad como laboratorio para comprobar : hipótesis, sin que
nunguna de ellas posea teorías sobre la ciudad en sí
(Harvey, 1979).
Desde principios de siglo a partir de la escuela de Chicago, diversos
enfoques se han abocado al estudio de patologías e instituciones
sociales en la ciudad, tales como la delincuencia, las perturbaciones
mentales y morales, el alcoholismo, la drogadicción y la
marginalidad, entre muchos otros, de manera que la ciudad se concibe
como un mero receptáculo dentro del cual estén contenidos
los fenómenos sociales, prescindiéndose de la
dimensión espacial.
La geografía, aunque considera en forma explícita la
incidencia de factores económicos y sociales sobre los
fenómenos urbanos, lo hace en términos de una
relación unidireccional del todo/partes, donde la ciudad pasa a
ser un espejo que refleja la sociedad que lo sustenta. La
economía, por su parte, pese a la incorporación de
perspectivas como la Teoría de la Localización -que
demuestra cómo la distribución intraurbana del comercio,
las industrias o los flujos de transporte poseen una base
económica- no ha logrado superar importantes reduccionismos
teóricos.
Enfoques actuales de la nueva economía urbana como de las
teorías del crecimiento regional y de los polos de desarrollo,
al considerar el espacio como una variable más de modelos donde
se lo define como costo o punto focal, a partir del cual se organizan
procesos económicos, han resultado parciales y limitados.
En general estos enfoques constituyen estudios sectoriales que se
desentienden de la lógica general de la ciudad, o bien se trata
de investigaciones que conciben el fenómeno urbano como una
resultante de la agregación de decisiones individuales y que
frecuentemente trabajan con un tiempo formal, resultando
análisis ahistóricos, que no rescatan la racionalidad y
particularismo de las situaciones concretas (CEPAL,1989).
La aproximación arquitectónica, especialmente la referida
a problemas de seguridad residencial, se ha organizado habitualmente en
torno al supuesto explícito o implícito que el
reordenamiento de las formas espaciales modifica el comportamiento y
las estructuras sociales. Durarte las últimas décadas
este posicionamiento parece haberse reforzado por evaluaciones
pesimistas y en algunos casos fatídicas sobre el desarrollo
urbano, presentando a las ciudades modernas como desordenadas,
caóticas, irracionales y peligrosas, con lo cual ha sido
lógico postular su modificación en base a pautas
normativas. Muchas de estas ideas han originado concepciones
utópicas de la ciudad, alentadas por un "deber ser" que en la
práctica han generado tantos problemas como los que se
pretendía solucionar.
La sucesiva aplicación en las ciudades latinoamericanas de
modelos como la "Ciudad jardín" y del "modernismo" han visto
sobrepasada su lógica por fenómenos sociales como el
delito, que se manifiestan de manera muy diversas y que surgen en forma
inesperada, ocasionando consecuencias muchas veces agravadas por las
mismas características de los modelos implementados.
Uno de los enfoques arquitectónicos considerados clásicos
en la actualidad hacia principios de la década de los sesenta,
está representado por las ideas de Chermayeff y Alexander. Ellos
intentaron ofrecer una respuesta a la crisis terminal que, según
ellos, estaba viviendo la ciudad moderna, debido al desarrollo de la
cultura de masas y a la erosión del hábitat humano al
desarrollo de la cura de masas y a la erosión del hábitat
humano construido de manera desenfrenada al ritmo incontenible del
crecimiento demográfico mundial, provocando una situación
evaluada como de desorientación, confusión, terror y
anarquía. Ante este desolador panorama los autores se inscriben
claramente en una tesis de planificación global mediante la
reconstrucción de la ecología humana a través de
la modelación de un nuevo entorno físico urbano del
hombre, con la convicción de que "si se reconocen las
características deficitarias que posee nuestro actual entorno
físico, las tareas de diseño podrán avanzar por un
camino más seguro,
y posteriores deterioros del hábitat humano podrán ser evitados" (Chermayeff y Alexander, 1963: 30).
En su conocido litio "Comunidad y Privacidad", estos autores exponen
los bases conceptuales de lo que seria posteriormente la obra "Lenguaje
de Patrones", orientada, como se sabe, a proporcionar recomendaciones
concretas de soluciones macro y micro urbanas. Chennayeff y Alexander
asumen como punto de partida la valorización de la privacidad
como un principio rector e incuestionable del diseño
arquitectónico, de manera tal que "el suelo urbano"; debe
adquirir una anatomía enteramente nueva compuesta de numerosas
jerarquías de zonas claramente articuladas. Esta anatomía
urbana debe estar provista de dominios para todos los grados de
privacidad y todos los grados de vida comunitaria. Para separar estas
zonas y permitir no obstante su acción recíproca, deben
insertarse entre ellas elementos físicos enteramente nuevos.
Estos elementos de separación surgen, por derecho propio, como
unidades totales e independientes y gracias a ellos un nuevo orden
urbano podrá desarrollarse. Sólo cuando impongamos un
orden
semejante al hábitat del honbre urbanizado le devolveremos
quizás a la vida urbana el fructífero equilibrio entre
comunidad y privacidad" (Chennayeff y Alexander, 1963:34).
DOMINIO TERRITORIAL
Grados de privacidad, basados en el enfoque de O. Newman.
La imperativa jerarquización de los dominios que se desprende
de estas palabras adquiere aplicabilidad mediante normas de
carácter más especifico, entre las que se cuenta
fundamentalmente la tesis de la integridad de las Zonas y la de
Organización Jerárquica. La primera señala que
cada actividad debe estar contenida en una zona física tangible
y que cada una de ellas, a través de su claridad e integridad
formales, debe inducir, reflejar y sustentar la actividad para la cual
fue diseñada; la segunda, en tanto, indica la necesidad de
graduar las relaciones entre el hombre y el entorno generando
jerarquizaciones, especialmente para permitir la movilidad y la
velocidad de los desplazamientos. Estas tesis, entre otras,
están orientadas hacia el logro de ,la eficacia en el control de
los espacios sustentando la hipótesis de que cuanto más
pequefio es el ~kilo más fácil resulta de controlar,
sugiriendo, por tanto, como mecanismos eficientes para este fin, la
construcción de barreras y esclusas en diferentes niveles de
privacidad y escalas de jerarquía urbana. De esta forma se
lograría articular dominios distintos, permitiendo el
tránsito sin romper con las gradientes de privacidad propias de
la vida íntima y comunitaria.
Un ejemplo que contrasta con los esquemas de Chermayeff y Alexander,
quienes abogaban por un cuidadoso proceso de ordenamiento jerarquizado
del espacio urbano, es el de J. Jacobs. Su modelo, que se inscribe
dentro de las perspectivas de la "planificación crítica"
y como reacción a la crisis de la ciudad moderna, postula una
vuelta a la revitalización de la calle por sobre los grandes
espacios públicos tan propios de los planteamientos modernistas
como los de Le Corbusier y sus seguidores. Según Jacobs la
actividad de la calle no puede ser normada, por cuanto las personas la
inventan a través de la interacción social, de
allí que los espacios de la ciudad deban tener una escala humana
pues constituyen el entorno de aprendizaje y socialización
infantil, permitir la vigilancia de los niños por sus padres,
facilitar la generación de la vecindad y promover la emergencia
de sentimientos de comunidad. En consecuencia, recomienda la
constricción de mallas urbanas apretadas con alta densidad de
ocupación, espacios
públicos de uso múltiple y calles con alto flujo
peatonal, que reemplacen las barreras físicas por un control
social natural, mediante la conformación de redes vecinales
informales (Jamba 1961).
Sin desconocer la existencia de una amplia gama de otras posiciones
teóricas, especialmente a nivel del urbanismo, las antes
expuestas reflejan dos posiciones que han provocado importantes
consecuencias en la producción del espacio urbano en muchas
ciudades contemporáneas, pero que a juzgar por los efectos
observados durante los últimos años, no han demostrado
ser eficientes para superar diversos problemas, entre los que se
incluye el de la inseguridad residencial.
Hacia los años setenta un nuevo intento que alcanzó gran
difusión entre los diversos especialistas interesados en las
dimensiones fisicoespaciales de la delincuencia urbana, estuvo
constituido por la propuesta de O. Newman. Este autor argumerta que las
"definiciones territoriales" constituyen fenómenos observables
en toda la historia de asentamientos humanos, traduciendo a nivel
social las analogías animales de Ardrey (1966), si bien evita
toda alusión directa a ellas (Cantor y Stlirger, 1978).
En base a dicho concepto, Newman construye su teoría del espacio
defendible, cuya aplicabilidad constituye, según él, la
condición básica para lograr la protección de los
asentamientos modernos, especialmente de aquellos construídos en
altura, tos cuales adolecían fundamentalmente del anonimato
derivado del gran tamaño de los conjuntos. La escasa posibilidad
de vigilancia y la carencia de rutas alternativas por la
conformación de tramas laberínticas.
En esos términos, el bienestar de las habitantes
dependería del establecimiento de limites claros entre los
espacios públicos, los semiprivados y los privados. En dicha
diferenciación adquiere gran importancia los semiprivados,
representados por las áreas de uso común,
vestíbulos o espacios inmediatamente circundantes a las
residencias, por asumir un carácter defensivo destinado al uso
exclusivo de sus ocupantes, con el propósito de mantener fuera
de él a extraños potencialmente peligrosos. Así el
diseño fisicoespacial y la vigilancia de la comunidad consiguen
un efecto disuasivo, reduciendo la incidencia del delito y por
consecuencia, reforzando la sensación de seguridad.
La lógica de estos planteamientos influyeron considerablemente
tanto en la discusión teórica como en la
planificación de nuevos conjuntos y el rediseño de
asentamientos urbanos con alta delincuencia. Sin embargo, las
críticas no se han hecho esperar, algunas de ellas insisten en
lo inadecuado del "encasillamiento" que significaría la
aplicación de múltiples barreras para alejar la
criminalidad, sin aclarar en lo absoluto dónde debería
localizarse el delito (Canter y Stringer, 1978). Otros lo acusan de un
causalismo lineal y simplista, ya que su tesis central implica que el
espacio disuasivo estimularía la generación de
comunidades integradas que a su vez desarrollarían acciones de
alerta, prevención y represión de la delincuencia, por
cuanto el contexto físico diseñado bajo ésta
propuesta impulsaría a
los habitantes a comportarse como dueños naturales de su
territorio (Bertrand, 1994). Por otro lado, hay quienes como B.Hillier
consideran que el diagnóstico efectuado por Newman es acertado
aún cuando sus propuestas de diseño no hayan obtenido los
resultados esperados, al estar concebidas en base a una escala
"inadecuada" que toma como base lo local, en vez de concentrarse en la
trama del espacio público global para evitar la
desintegración de la malla urbana (Greene, 1994).
5 Evitar la desintegración de la malla urbana. Población Santa Sabina, Talcahuano, VIII Región.
Si bien es posible precisar una serie de otras limitaciones, para cada
uno de los tres ejemplos provenientes de la arquitectura que han
considerado el problema de la inseguridad residencial como una variable
inspiradora de respuestas de diseño urbano, todos ellos
comparten una deficiencia general, que se expresa en un reduccionismo
físico-espacial de
fenómenos complejos, dinámicos y muitidimensionales.
Indudablemente ello se enmarca dentro de un estilo de trabajo que ha
impedido la elaboración de esquemas de observación
más amplios, donde la consideración de variables sociales
apenas ingresa como un mero efecto del diseño espacial o un
dominio de posibilidades colectivas planificables "desde el tablero".
FUNDAMENTOS DE UNA PERSPECTIVA SOCIOESPACIAL
La utilización de un nuevo enfoque que permita considerar el
contenido social de los patrones espaciales así como el
contenido espacial de las manifestaciones sociales, debe evitar la
tentación de reducir lo social a lo puramente espacial o lo
espacial como expresión de la pura lógica social.
En la teoría sociológica clásica uno de los pocos
ejemplos de integración entre elementos sociales y espaciales lo
encontramos en la obra del sociólogo alemán George
Simmel, quien define el lugar siguiendo la idea kantiana de espacio
como la posibilidad de coexistencia, toda vez que el espacio no produce
efecto alguno, sino que el control espacial y su
individualización que dan cuenta del lugarr, deriva de procesos
sociales. "Lo que tiene importancia social no es el espacio sino el
eslabonamiento y conexión de las partes del espacio producido
por factores espirituales que dan sentido unitario a elementos que en
sí mismos no poseen lazo alguno...." (Simmel, 1939: 207-208).
Según este autor, las relaciones sociales que se verifican
invariablemente dentro de una forma espacial determinada se producen
entre dos lugares que cada persona individualmente llena transformando
el espacio vacío en uno lleno para "nosotros", que pasa a
contener la relación establecida. Este proceso a difererencia de
lo temporal, siempre posee limites, porque se expresa en la unidad del
trozo de espacio con significación social para un grupo,
incoomunicándolo del mundo circundante y cerrándolo sobre
sus propias reglas.
Como puede observarse, Simmel ya desde principios de siglo había
reconocido procesos de autorreferencia y clausura de los grupos en el
espacio, siendo ésta una perspectiva absolutamente novedosa para
la época, pues sólo recientemente estas ideas han
adquirido actualidad a través de la teoría de sistemas
socioculturales. Dicho fenómeno es conceptualizado en la
perspectiva simmeliana a través del concepto de limite el cual
adquiere una considerable centralidad en su obra. Para él la
continuidad del espacio permite trazar permanentemente límites
subjetivos que al ser socializados adquiere una formas físicas
pemitiendo a los grupos operar ofensiva y defensivamente, puesto que
aquello que no está limitado crea estados de tensión
entre fuerzas latentes.
La coincidencia entre el límite social y físico, permite
una identificación de las personas que son de "aquí"
respecto de las de "afuera", pero no opera exclusivamente como
mecanismo diferenciador que impida la relación con lo no
perteneciente a sus límites, sino que también posibilita
la relación con el exterior, puesto que el marco normativo y los
derechos de los miembros están definidos con claridad. Esto
permite que las relaciones sociales se den en uno u otro lado del
límite sin generar tensiones porque están establecidas
por pertenencias distintas.
Ahora bien, la anchura o pequeñez del marco no siempre
corresponde al tamaño del grupo, pero cuando es en extremo
limitado funciona como obstáculo que impide el desarrllo de
energías hacia adentro provocando siempre consecuencias
sociales, en cambio los espacios grandes y abiertos son usados por
muchedumbres inestructuradas o agregados sin identidad, en tanto que la
falta de claridad o su inexistencia excita las manifestaciones
colectivas y el desorden.
Simmel fue uno de los primeros en expresar en forma lúcida
cómo el espacio y sus límites fijan los contenidos
simbólicos generando lo que llamó puntos de
rotación, los que expresan enclaves de redes de
comunicación con un sentido similar, así la
fijación de la ciudad actúa como centro de
tráficos de diversas periferias, surgiendo incontables puntos de
rotación. El crecimiento urbano sin embargo ha transformado
significativamente la identificación con el lugar, en tanto, las
casas de la edad media poseían una designación nominal,
evocando la idea de un mundo espacial cualitativamente determinado y de
individualidad local, "la casa de Pedro" por ejemplo, en la ciudad
moderna, se designa con números abstractos e impersonales que
pese a aumentar la objetividad y la precisión, transforman la
búsqueda en un procedimiento mecánico que despersonaliza
el espacio.
Mientras más se desarrolla la ciudad, más racionalista es
el lenguaje y menor lo individual y casual, siendo los rincones y las
curvas sustituidas por líneas rectas que ahorran tiempo y
espacio facilitando el tráfico.
En resumen el espacio socializado que Simmel entendió como lugar
para un grupo, tendría tres características
básicas: a) su exclusividad en términos que cualquier
trozo de espacio es único, reforzado por la significación
social que le asigna el grupo, b) la generación de
límites por la práctica social que lo convierten en un
hecho sociológico con forma espacial y c) la fijación de
las relaciones sociales y sus contenidos en un espacio.
Pese a que la contribución de Simmel es notable y significa un
incuestionable avance en la elaboración de un marco conceptual
que relacione variables sociales y físicas, predomina en su
propuesta una simplificación causalista de lo social sobre lo
espacial, puesto que adjudica consecuencias unidireccionales a la
relación, presentando una caracterización pasiva del
espacio entendido exclusivamente como una construcción del mundo
social. Obviamente ello resulta insuficiente si se trata de interpretar
en forma dialógica y sin reduccionismos el problema.
Entre las aproximaciones provenientes de la arquitectura destaca el
desarrollo teórico del concepto de lugar después de la
década del cincuenta. La mayoría de estos planeamientos
se refieren a las coordenadas limitadas al espacio humano que abarca el
campo perceptual y experiencial del sujeto (García, 1986). Por
otra parte, en el desarrollo del concepto de lugar está siempre
presente la dimensión temporal como requisito para la
organización de las percepciones y la emergencia de consensos
colectivos en torno a ciertos significados asignados al espacio
(Sepúlveda, de la Puente, Muñoz, Torres, Arditi, 1992).
El lugar como una relación dada entre espacio y conducta
(Martínez, 1980) ha sido entendida enfatizando diversos
aspectos. Para Muntañola (1973) es tiempo en el espacio, para
Canter (1977) se expresa en unidades de experiencia dentro de las
cuales actividades y formas física están amalgamadas,
mientras que Norberg-Schultz (1983) señala que aparece cuando
algo acontece.
Concepto Lugar sistema familia-vivienda. Pobl.Santa Mónica, Conchalí, R.M
Si bien la noción de lugar constituye un concepto
suficientemente amplio para establecer nexos teóricos entre los
social y lo espacial, su conceptualización no siempre ha seguido
un desarrollo riguroso que permita especificar los términos bajo
las cuales opera el fenómeno, es decir, su dinámica. Se
puede afirmar que existe una variada gama de definiciones sobre lugar y
un escaso conocimiento sobre las condicionantes de los procesos de
lugarización para distintas realidades, de manera que se sabe
poco sobre las variables que contribuyen a acelerar o a retardar la
conformación de lugares, la extensión o reducción
de sus límites, al mismo tiempo que se ignoran los efectos de la
influencia reflexiva del lugar sobre la realidad social, una vez que ha
adquirido significación para el grupo.
En algunos casos se observan reduccionismos como los que entienden que
el lugar es la interpretación entre lo físico y lo
social, sin que se explique las condiciones en que ocurre dicho proceso
(Sepúlveda, de la Puente, Torres, Muñoz, 1994), en otras
se entiende como un área de encuentro entre los social y lo
físico, y por lo tanto no como una realidad con dinamismo
independiente entre uno y otro. Norberg-Schultz en un esfuerzo por
especificar dimensiones del lugar señala que la pemanencia en el
espacio genera una imagen ambiental que posee identidad , estructura, y
significación, pero estas especificaciones analíticas
cristalizan el fenómeno, dificultando la comprensión del
conjunto de transformaciones que ocurren durante los procesos de
lugarización que pueden incluir también expresiones de
deslugarización.
Uno de los aportes que puede utilizarse como punto de partida no
estático y que reconoce el carácter estructurador del
particularismo cultural que inventa el lugar es la idea de
patrón de acontecimientos en el espacio de Alexander (1981).
Cada grupo establece una estructura de acciones en el espacio que al
estabilizarse tienden a ocurrir con mayor frecuencia, otorgando un
determinado carácter al lugar, el cual puede ser reconocido por
un observador externo. Sin embargo Alexander no avanza mucho más
sobre estas ideas, incluso algunas adquieren el carácter de
supuestos difícilmente demostrables, por ejemplo el
carácter indivisible de la acción y el espacio en el
lugar. Del mismo modo, cabe preguntarse si la unidad que el autor
atribuye al patrón : ¿es analítica ?; ¿es
un atributo del espacio así constuido? o ¿en definitiva
quién o qué opera en función de tal unidad: el
espacio, el grupo, o ambos?.
En suma, se constata que los modelos clásicos que dan cuenta de
fenómenos que involucran procesos sociales en el espacio son
insuficientes, aunque ofrecen un marco básico para el desarrollo
de relaciones más complejas que permitan una comprensión
más adecuada de la sobreabundancia de posiblidades observadas.
El sociólogo norteamericano Mark Gottdiener (1994), en una
reciente publicación pretende establecer las bases conceptuadas
de un enfoque socioespacial que supere la visión irritada que
los urbanistas han otorgado al espacio como mero contenedor de
actividades sociales. Según él, el espacio no sólo
acoge acciones sino que también actúa como objeto
significativo hacia el cual orientamos nuestra conducta,
constituyéndose en parte de las relaciones sociales al
afectarlas diariamente a través de lo que sentimos y hacemos,
con lo cual recoge el concepto de relación dual entre "gente" y
espacio ya formulado con anterioridad. El concepto central para este
enfoque es el de "settlement space", que se refiere al espacio
constituido en el que vive la gente, el cual ha sido significado de
acuerdo a cierto sentido para acoger algún tipo de actividad y
organizado en la medida que estructura un determinado tipo de acciones.
Entre los factores que toma en cuenta la perspectiva socioespacial, Gottdiener señala:
a)Los espacios habitados deben considerarse no sólo en su
contexto nacional y local sino relacionados también al sistema
global capitalista, poniendo especial atención a las poderosas
fuerzas económicas y políticas, cuyas decisiones influyen
en el bienestar de las áreas locales, ya sea que ellas deriven
de niveles internacionales, nacionales o metropolitanos.
b)Los asentamientos humanos son afectados por las políticas
públicas y por decisiones económicas que proporcionan
incentivos y oportunidades que impulsan y modelan comportamientos
individuales , tanto como canalizan el desarrollo metropolitano de
ciertas maneras específicas.
c)Los espacios habitados son siempre lugares significados, que incluyen
las interacciones sociales como también, los objetos materiales
que forman parte del espacio contruido. "El espacio afecta la conducta
como medio construido que contiene actividades y objetos
significativos, a la vez que las personas modifican y construyen
lugares como una manera de expresar sus necesidades y deseos"
(Gottdiener, 1994:16-17).
La perspectiva socioespacial incorpora diversos factores diferentes en
vez de enfatizar sólo algunos para entender el cambio del
espacio habitado. Por otra parte, considera el rol del Estado y la
economía como factores que afectan el crecimiento regional y
metropolitano. Además busca una visión detallada de las
políticas que enfatizan las actividades de individuos y grupos
en el proceso de desarrollo, focalizando las actividades de
determinadas redes que forman coaliciones de intereses para orientar
ciertas direcciones y efectos de los cambios. El esquema considera
explícitamente los factores culturales en el contexto
simbólico del espacio como algo tan importante como lo
político y lo económico para interpretar el sentido que
posee en la vida diaria de sus habitantes. Finalmente se adopta una
visión global del desarrollo sin que por ello se postule que
sólo el mundo económico es responsable de las
reestructuraciones de los asentamientos especiales, aunque según
este autor ellos son particularmente relevantes para comprender
cómo las ciudades, suburbios, y regiones se ven afectadas por la
economía en los últimos años, aunque
históricamente las inversiones públicas hant tenido un
papel esencial en la reestructuración del espacio.
Resulta claro sin embargo que dicho esquema presenta dos problemas
importantes, si bien tiene el mérito de evitar los
reduccionismos. En primer lugar, no entrega un esquema conceptual que
permita integrar de modo estructurado el amplio conjunto de
conocimientos acumulados sobre la relación sociedad-espacio,
generando una especie de colección de diversos conocimientos
amplios y sugerentes sobre el desarrollo de estos procesos, pero
inconcluso respecto de la lógica de su conexión,
limitándose a establecer una jerarquía de influencias
donde las instituciones económicas aparecen como la esfera
causal más poderosa. En segundo término, no ofrece un
esquema de diferencias para abordar problemas en niveles locales, como
el de la seguridad residencial por ejemplo, centrando la
atención en macroprocesos de la sociedad capitalista moderna,
con lo cual la perspectiva socioespacial en la versión propuesta
por Gottdiener, restringe su utilidad fundamentalmente a la
interpretación del desarrollo urbano de las grandes ciudades de
los países desarrollados.
Dicha insuficiencia de instrumental teórico motiva para dirigir
la mirada hacia esquemas, que aunque radicales, ofrecen nuevos puntos
de observación no restrictivos y que premitan estructurar
diversas constataciones desde una base interpretativa común.
La teoría de sistemas socioculturales de Niklas Luhmann
constituye un desarrollo conceptual que ha pretendido desde la
sociología asumir dicho desafío construyendo una
comprensión general de la sociedad, bajo el convencimiento que
los esquemas clásicos sobre la sociedad y el hombre se
encuentran ya obsoletos para dar cuenta del actual nivel de complejidad
que caracteriza la sociedad contemporánea.
Luhmann es considerado en la actualidad uno de los sociólogos
más importantes y polémicos de Europa (Izuzquiza, 1990;
Rodríguez y Arnold, 1991), debido a que su propuesta
teórica representa un nuevo modo de pensar la sociedad a partir
de una reformulación radical de la Teoría de Sistemas
desarrollada durante las últimas décadas en Occidente,
acudiendo como marco general la denominada cibernética de
segundo orden (Rodríguez y Arnold, 1991). Su ambición es
diseñar una teoría general de la sociedad, que
manteniendo como rasgo característico un alto grado de
abstracción, sea capaz de aprehender la totalidad del objeto
social y no sólo algunos de sus segmentos (Luhmann, 1991).
En estos términos y ante la constatación de notables
déficit conceptuales en la sociología, Luhmann construye
una teoría general caracterizada por su:
a)Radical dinámica, entendida no sólo como un instrumento
para resolver problemas sino también para generar otros nuevos;
b)Capacidad para diferenciar y establecer distinciones útiles
para la observación antes que para construir unidades estables,
que permita además incluir la observación misma mediante
la reflexión y la autorreferencia; c) Multidisciplinariedad, que
rompe con las tradicionales barreras entre especialidades para efectuar
importaciones que supongan ganancias teóricas eficaces,
permitiendo incorporar innovaciones conceptuales externas a la ciencias
sociales; d) Elevada complejidad, fundamentada en la premisa que todo
sistema, incluidas las teorías, constituyen mecanismos de
reducción de la enorme complejidad del mundo y que sólo
alcanzando un alto nivel relacional pueden lograr la comprensión
y control de la realidad (Izuzquiza, 1990).
Estas características -entre otras- hacen que los planteamientos
Luhmannianos constituyan una nómina interminable de
escándalos, que al cuestionar las tradiciones más
sagradas de la teoría social clásica, son capaces, de
enfrentar sin ataduras ontológicas y teleológicas, los
problemas que plantea el exceso de complejidad propios de la sociedad
moderna. Una caracterización detallada de la extensa obra de
Luhmann excede los propósitos y amplitud de este
artículo, de modo que sólo se indicarán a
continuación de manera muy esquemática sus nociones
fundamentales.
Toda la obra de Luhmann se encuentra desde el inicio organizada a
través de la Teoría de Sistemas, como una manera de
ubicar en una perspectiva que le otorgue la máxima amplitud
posible en la descripción de realidades que estructuran
relaciones a través de la diferencia entre sistema y entorno. El
autor basa su construcción teórica en la realidad de
estos fenómenos de diferenciación sistémica,
siendo posible estudiar las funciones de las estructuras sin que sea
necesario suponer una totalidad como punto de partida (Luhmann, 1990).
Como el sistema ya no se considera algo "dato", resulta plausible
preguntarse por su actividad fundamental que es, según el autor
"acomlp slbn y reducción de la complejidad del mundo cNrun Ks"
(Luhmann,1973: 113).
En el núcleo de esta teoría se distinguen tres tipos de
sistemas autorreferentes: los sistemas vivos, los sistemas
síquicos -o relativos a las personas como individuos- y los
sistemas sociales. Cada uno de ellos se diferencia por la particular
forma en que realizan sus operaciones y reducen la complejidad de sus
entomos, de manera que los aspectos biológicos son propios de
los sistemas vivos, la conciencia es el modo de operación de los
sistemas síquicos y la comunicación es el rasgo
característico y definitorio de los sistemas sociales (Luhmann,
1991: 10 y 18).
Estos grandes sistemas se diferencian respecto de sus propios entornos
y construyen formas particulares de actuación. Así, al
constituirse cada uno de estos sistemas como conjuntos cerrados o
autopoiéticos no mantienen contacto directo entre sí
(Luhmann, 1991). Pese a ello, el autor considera que existe una forma
de relación entre estos macrosistemas denominada
interpenetración, mediante la cual un sistema pone a
disposición de otro su estructura, para que este último
pueda seguir construyendo su propia complejidad. "En este sentido, los
sistemas sociales suponen vida" (Rodríguez y Arnold, 1991). Lo
mismo ocurre en el caso de la relación entre persona y sociedad;
para que una sociedad se pueda crear es necesario que existan personas
que a partir de sus estructuras permitan la construcción de
otras nuevas, con formas de operación que no es basan en la
conciencia individual sino que en la comunicación.
Sistema vecindario-entorno inmediato. Pobl. Pedro León Gallo. Copiapó, III Región.
Ahora bien, la sociedad es un sistema autorreferente (capaz de
referirse a sí mismo tanto en la constitución de sus
elementos como en las operaciones que realiza) y autopoiético
(capaz de reproducirse a partir de sus propios elementos), que se
compone de comunicaciones y que puede, a su vez, diferenciarse en
distintos subsistemas, cada uno de ellos cerrados y autorreferentes,
que poseen un ámbito determinado de comunicaciones delimitando
sus propios entornos y reduciendo la complejidad de un modo
especializado. Según Luhmann, la sociedad se diferencia
progresivamente en el tiempo de manera evolutiva a través de
diferentes subsistemas sociales como la economía, el derecho, la
educación, etc. (Luhmann, 1991)
Aunque resulte sorprendente, Luhmann entiende que los sistemas sociales
no están compuestos por personas sino de comunicaciones
generadas a partir de un sentido compartido. "Los seres humanos, en
consecuencia, no pertenecen al sistema social, sino a su entorno"
(Rodríguez y Arnold, 1991:113). Ello no significa que un sistema
social pueda existir sin seres humanos, sino que los supone como base;
de ahí que Luhmann sostenga que los sistemas psíquicos y
los sistemas sociales han surgido coevolutivamente como realidades
clausuradas en relación a sus propias operaciones.
Esta capacidad de los sistemas que operan en base al sentido para
mantener su independencia (personas y sociedad) se deriva
teóricamente del concepto de acoplamiento estructural,
axtraído por Luhmann de la teoría de la autopoiesis de
Maturana. Así dos o más sistemas pueden mantener su
adaptación mutua sin que ninguno intervenga directamente en los
estados del otro, es decir, en su autopoiésis (Rodríguez
y Arnold, 1991).
Esto implica que todo sistema social presenta fugacidad en tanto
desaparece cuando termina la última comunicación que no
ha logrado conectarse con otra posterior para mantener su permanencia
en el tiempo. El problema básico de todo sistema social es
entonces, seguir reproduciendo comunicaciones para asegurar su
permanencia, sean éstas de carácter afectivo en el
sistema familiar, teorías en la ciencia, decisiones en las
organizaciones, etc.
El proceso de reducción de la complejidad, o dicho de otra
forma, de configuración del sistema, requiere de tiempo, porque
constituyen operacionesde distinción que ocurren en la realidad.
Para que ello suceda en términos sociales, un conjunto de
sistemas psíquicos deben compartir un sentido, desde el cual
puedan organizar su acción, reduciendo de mejor manera la
complejidad que les toca enfrentar a cada uno por separado.
Estos sistemas autorreferentes de comunicación pueden emerger en
distintos niveles macro o micro sociales. Para los fenómenos de
diferenciación socioespacial y su relación con la
seguridad residencial al interior de los hábitat urbanos, las
configuraciones comunicacionales que nos interesan son aquellas
vinculadas con las relaciones interaccionales, es decir, la familia, el
vecindario y la comunidad.
Las interacciones, como todo sistema, se diferencian de un entorno
estableciendo límites que tiene como característica
fundamental la presencia simultánea de a lo menos dos individuos
participantes, que se encuentran unidos por la selección y
manejo de un sistema cerrado de temas comunes, de manera que a
través de éste se mantenga la conectividad mutua,
encontrándose en continua reorganización
(Rodríguez y Arnold, 1991). Esta forma de construcción
sistémica corresponde a expresiones simples propias de
sociedades tradicionales, puesto que las actuales se constituyen
fundamentalmente como sitemas sociales sin que sea necesaria la
presencia directa de las personas para efectuar las selecciones con
sentido, tal como ocurre en las organizaciones mediante la
determinación de roles, jerarquías, etc., o en la
sociedad donde se institucionalizan las expectativas construyendo
estructuras sociales (Izuzquiza, 1990).
ELEMENTOS PARA UNA DEFINICION SOCIOFÍSICA DE SEGURIDAD
Se ha dicho que la ciudad moderna se expresa como un mosaico urbano
difícil de aprehender en su totalidad por los habitantes,
generando imágenes segmentarias que dificultan la
conformación de identidades colectivas comunes. Este hecho
aparece como un fenómeno nuevo desde una perspectiva
histórico-cultural, puesto que tradicionalmente se ha descrito
la relación sociedad-espacio en función de límites
que tienden a la coincidencia. De ese modo, no sorprende que los
discursos en las sociedades premodernas sean voluntariamente
espaciales, a partir del momento en que el espacio es a la vez lo que
expresa la identidad del grupo, siendo lo que este debe defender contra
las amenazas externas e internas para que el lenguaje de la identidad
conserve su sentido. Peso a que los orígenes socioculturales de
los grupos sean muy diversos, es la identidad del lugar la que los
funde, los reúne y los une (Augé, 1993).
Esta característica particularista del lugar
antropológico típico de las sociedades poco
diversificadas, se ha tendido a disolver en la sociedad moderna, cuya
estructura se basa en la diferenciación de funciones a
través de la diversificación interna en sistemas sociales
parciales autorreferentes y autopoiéticos. Uno de los elementos
que contribuye a que esta modalidad de reproducción social se
desarrolle es el aumento de población y el exceso de variedad
interna (Rodriguez y Arnold, 1991).
Acción de la comunidad en un espacio semi-público. Pobl. La Higuera, La Florida, R.M
En las sociedades así constituidas, es decir las que
llamamos modernas, las características típicas del
espacio transformado en lugar de identidad, relacional e
histórico, se alteran en dos sentidos. Por una parte, la
lugarización que fundamentó las relaciones sociales en el
pasado se ve fuertemente limitada en la actualidad por la emergencia de
relaciones transespaciales, cuyo fundamento de identificación no
es reforzado por el territorio, puesto que debe favorecer la
comunicación entre sistemas cada vez más
autónomos, numerosos y distantes. Por otra, la sobremodernidad
expresada en la abundancia de relaciones en espacios cada vez
más extensos, aparece como productora de no-lugares,
multiplicándose así los puntos de tránsito y las
ocupaciones provisionales sin memoria como carreteras, hoteles, clubes
de vacaciones, supermercados, estaciones de servicios, aeropuertos,
etc. (Augé, 1993).
Según Hillier (1984) las personas que habitan en ciudades son
miembros tanto de agrupaciones especiales y transespaciales. Las
primeras son aquellas que relacionan personas que viven en proximidad y
cuyos encuentros son determinados por ésta como ocurre con los
vecinos o con los trabajadores de una empresa. Las segundas agrupan a
sus miembros en función de algún tipo de identidad que
trasciende el espacio, generando una diferenciación basada en
categorías sociales o roles como por ejemplo: los arquitectos,
los adolescentes, etc. Ello no quiere decir que en las relaciones
transespaciales desaparezca el componente espacial, sino que para
existir como agrupación social deben sobrepasar el problema de
la distancia, aunque a la larga las agrupaciones transespaciales
busquen expresiones físicas como el edificio del colegio de
arquitectos o la esquina de reunión de los adolescentes (Greene,
1993).
La teoría de la lógica social del espacio de Bill Hillier
concibe los asentamientos como mecanismos generadores de un campo
potencial y probabilístico de co-presencia y encuentro, de
manera que lo que ocurra más allá de ello depende de la
lógica del mundo sociocultural. Entender las formas construidas
como campo potencial o soporte necesario pero no causal de los hechos
sociales, Ibera la búsquedade mecanismos explicativos extra
sociales si bien compromete a los arquitectos con el bienestar social,
ya que el espacio construido establece una delimitación de
posibilidades de movimiento y encuenhu. Es decir, el diseñador
del espacio no construye comunidades sociales al transformar el
espacio, sino que construye comunidades virtuales (Greene, 1993).
Desde un enfoque sistémico es posible afirmar entonces que la
comunidad virtual generada a partir de agrupaciones espaciales como
sucede en los conjuntos residenciales es un atributo del espacop
construido y no de los sistemas sociales, constituyendo entorno para
éstos. Sin embargo, como tal establece un enlace permanente con
los sistemas que se identifican en un lugar , como la familia, el
vecindario y la comunidad, no podrían operar en ese entorno.
El ordenamiento de los elementos físico-espaciales que definen
una determinada comunidad virtud irritan al sistema observador
motivando cambios de estado en su estructura, generando en la
recurrencia de esa irritación en el tiempo, una
significación como lugar seguro o inseguro, ordenado o
desrodenado, legible o ilegible, etc.
En todo caso, ni la familia ni el vecindario pueden enfrentar de una
manera adecuada la complejidad derivada de la inseguridad experimentada
al interior de los conjuntos de pobreza urbana. Si bien es cierto que
como producto de la tematización de comunicaciones al interior
de la familia se desarrollan la mayor parte de acciones preventivas
posibles de observar, ellas se circunscriben fundamentalmente al
entorno físico-espacial de la vivienda y el sitio. La familia se
protege a sí misma colocando rejas y protecciones, elevando
muros, instalando topes y ojos mágicos en las puertas, etc. Sin
embargo, medidas como éstas no logran hacer más seguro el
hábitat, en el mejor de los casos se reduce la inseguridad de la
vivienda y pueden contribuir a otorgar una sensación de
protección. En definitiva, la probabilidad de sufrir robos,
asaltos o agresiones por parte de personas extrañas o incluso
residentes del mismo conjunto habitacional no ha variado
substancialmente.
Evidentemente la familia también estimula a sus miembros a
adoptar ciertas precauciones cuando se desplazan por el barrio o
acceden desde el exterior a él.
Normalmente dichas tácticas siguen patrones de recorridos que
buscan las comunidades virtudes más definidas, es decir, las
calles y pasajes con mayor probabilidad de co-existencia y con alta
visibilidad social, lo cual se ve reforzado por la claridad de la
morfología de la trama y la mayor presencia de luminarias en las
calles, aunque para ello se tengan que efectuar recorridos más
largos y sinuosos, en vez de acceder directamente a la vivienda.
Conjunto Pedro Montt. Independencia, R.M. Enrejamiento de Vivienda.
Estas conductas evasivas tampoco contribuyen al logro de la
seguridad, puesto que sus requerimientos socioespaciales superan a la
vivienda, al sitio y a la búsqueda de los recorridos que
presentan menor riesgo. La familia por sí misma es incapaz de
procesar y controlar la complejidad derivada de la probabilidad
de constituirse en víctima de la acción delictual al
interior del hábitat. Ella no hace suyo el espacio que
circunscribe el conjunto y aunque pueda identificarse con él no
puede apropiarlo en su totalidad.
Asimismo el vecindario resulta un sistema inapropiado para fundamentar
acciones de seguridad, aunque puede contribuir indirectamente a ello.
Recuérdese que el vecindario tematiza como sentido fundamental
de su comunicación la simpatía mutua, la sociabilidad y
no la acción concertada para alcanzar determinados fines (de la
Puente, Torres, Muñoz, Sepúlveda, 1994).
La comunidad es el sistema que puede llegar a definir como
comunicación predominante la necesidad de efectuar acciones de
mejoramiento en el espacio público y organizarse para superar
los problemas que aquejan a los habitantes de un determinado sector
(Sepúlveda, de la Puente, Muñoz, Torres, Arditi, 1992).
Ella normalmente se configura en una etapa avanzada de la
evolución de los conjuntos residenciales, pues requiere de una
toma de conciencia sobre problemas que afectan a todos los habitantes
del conjunto, o al menos a un número significativo de ellos, y
que es necesario articular
organizaciones eficaces para resolverlos. La comunidad, se exprese o no
a través de organizaciones reconocidas legalmente, surge de una
definición compartida respecto de cierta realidad socioespacial
y permite superar problemas con mayor eficiencia que si se opera
exclusivamente dentro de los límites de la familia y el
vecindario (Sepúlveda, De la Puente, Torres, Muñoz, 1994).
Debe tenerse en cuenta que los sistemas que emergen al interior de los
conjuntos residenciales urbanos lo hacen con una lógica
radicalmente distinta a las formas en que se diferencia y opera el
sistema societal. Constituyen verdaderos enclaves donde el tiempo y el
espacio son significados desde la interacción y no desde su
funcionalidad como ocurre con las selecciones que efectúa el
Estado, por ejemplo. De esta radical diferencia deriva gran parte de
las dificultades para acopiar las expectativas de instancias formales
como el municipio con las que posee la comunidad.
Son conocidas las múltiples investigaciones que durante los
últimos años en Chile han dado cuenta de las dificultades
y limitaciones que enfrenta la organización comunitaria. Sin
embargo, la participación social sigue siendo el principal
capital disponible por las personas que habitan en sectores urbanos
pobres para enfrentar la peligrosidad, puesto que ella se vive a
diario, en un espacio que excede la capacidad de control familiar y
muchas veces no es producto de la acción de extraños,
sino que frecuentemente proviene desde el interior del propio conjunto.
por consiguiente, la inseguridad no es sinónimo de delincuencia,
toda vez que remite a ciertas relaciones socioespaciales de mayor o
menor compromiso con el lugar.
conjunto. Por consiguiente, la inseguridad no es sinónimo de
delincuencia, toda vez que remite a ciertas relaciones socio-espaciales
de mayor o menor compromiso con el lugar.
Una serie de procesos favorecen el desapego para con el espacio
público del hábitat manifestándose desde su
origen. Los conjuntos habitacionales producto de la política
pública social de vivienda nacen desarraigados, ya sea por su
alejamiento frecuente de la trama urbana, o por la carencia de espacios
de encuentro que permitan la socialización necesaria para que
surjan sentimientos de comunidad. Más importante que todo esto
incluso, es el hecho que la seguridad queda definida normalmente en
forma externa, toda vez que los programas de vivienda social impulsados
por los distintos gobiernos reconocen sólo la propiedad de la
vivienda y el sitio, al entregar títulos de dominio a los
beneficiarios, siendo de esta forma el espacio público definido
o definido como "propiedad de nadie" y por tanto se atribuye en la
práctica su resguardo al Estado. No debe extrañar,
entonces, que la primera prioridad de los proyectos de seguridad
ciudadana en nuestro país sea solicitar "más retenes"
(Ministerio del Interior, 1994)
La inclusión de la comunidad en iniciativas organizadas implica,
por tanto, definir el fenómeno desde el plano positivo de le
seguridad, es decir, de la capacidad de los sistemas comunitarios para
generar condiciones que favorezcan el control del espacio que habitan o
transitan. Desde esta perspeciva, se abre una nueva dimensión
distinta al tema de la delincuencia, puesto que se refiere a procesos
sociales diferenciados de la actividad antisocial, que implica,
revertir la noción de la comunidad como víctima pasiva y
entenderla como un sistema que a través de su propia capacidad
puede complementar mecanismos institucionales y hacer más eficaz
la acción pública destinada a tranquilidad ciudadana.
Así, la inseguridad no depende tanto de la acción del
delincuente, sino de lo que deja de hacer la comunidad para prevenir el
delito. Esta alternativa se torna cada vez mis interesante si se
considera la imposibilidad de disminuir en forma drástica la
conducta delictual en el corto plazo recurriendo exclusivamente a la
implementación de medidas de carácter policial.
La experiencia acumulada ha demostrado que ni lo físico ni lo
social, por separado, son capaces de proporcionar seguridad. Ella puede
emerger en tanto la comunidad virtual, delimitada por las formas
físicas que define especialmente un conjunto residencial,
coincida con la comunidad real, es decir, aquel sistema que
efectivamente controla su entorno de uso púbico porque ha
constituido una red comunicativa referida a la participación y a
la resolución de problemas.
Si bien aún no es posible precisar las condicionantes de este
acoplamiento, pueden identificarse desde una perspectiva socioespacial
y sistémica algunas dimensiones relevantes. En primer lugar debe
reconocerse el hecho que la seguridad constituye un atributo que
califica la relación entre la comunidad virtual y real, por lo
tanto, es un estado que se constituye en algún momento pudiendo
permanecer de maneras variadasa través del tiempo bajo diversas
condiciones. Ello quiere decir que no existen hábitat seguros
"per se", por el contrario, este rasgo se constituye como contingente,
en la medida que implica un sistema de comunicación que debe
actualizar el sentido que lo constituye en forma permanente para
enfrentar condiciones del entorno siempre dinámicas.
Una reciente investigación que utilizó el enfoque
sistémico para dar cuenta del desarrollo progresivo en diversos
conjuntos habitacionales en Chile, detectó que el sistema
comunitario presentaba un estado de latencia, derivado de una
intermitencia participativa para resolver problemas. En algunos casos
incluso se observaron fenómenos de involución, lo que
ocurrió en conjuntos que en el pasado habían alcanzado
momentos de mayor solidaridad y organización. Además se
constató un claro efecto de resonancia entre la
comunicación vecinal y comunitaria, en términos tales que
la constitución de vecindades a nivel de pasajes
favorecía la emergencia de comunidades, en la medida que la
presencia de comunicaciones, cuyo contenido se refería a la
confianza y sociabilidad entre vecinos, constituía un aliciente
para emprender acciones de mejoramiento con personas conocidas
(Sepúlveda, de la Puente, Torres, Muñoz, 1994).
La seguridad residencial en ningún caso debe ser concebida corno
un atributo estable. Aún existiendo una comunidad real que llene
el potencial grado de visibilidad, control social y encuentro virtual
que define una determinada trama al interior del hábitat, la
seguridad se expresa secuenciaimente a diferentes horas. Durante el
día opera a través de la atención efectiva que los
habitantes mantienen de los espacios que rodean su vivienda, pero
durante la noche, el mismo territorio frecuentemente pasa a ser
controlado por grupos antisociales o pandillas de jóvenes que
disminuyen el efecto disuasivo que pueda significar la mera
observación del espacio, restringiendo significativamente la
facilidad de desplazamiento de los residentes que acceden a sus
viviendas en estas horas.
Por esta razón la seguridad residencial incluye tanto la
tranquilidad para efectuar actividades en el espacio local como los
desplazamientos entre distintos lugares, de ese modo, pueden superarse
definiciones restrictivas como las derivadas del espacio defendible. La
territorialidad necesaria para asegurar la atención sobre el
espacio convexo, es decir, aquel que dice
relación con las propiedades locales en la medida que puede ser
observado desde cualquier punto, debe relacionarse con el espacio axial
que define los patrones de movimiento. Así la axialidad resulta
relevante en relación a los desconocidos mientras que la
convexidad privilegia a la comunidad (Hillier, 1984).
En otras palabras, la seguridad no queda garantizada por la clausura
absoluta del hábitat al medio externo, puesto que no pueden
negarse las conexiones con el resto de la ciudad. Impedir el acceso a
desconocidos a los espacios semi-públicos no es la
solución, parece mas lógico explorar las relaciones
sociofísicas necesarias para que la comunidad pueda controlar a
los forasteros al anterior de la trama.
Por último, una definición operativa y eficiente de la
seguridad debe considerar que ella es un producto de la acción
pública y por lo tanto de responsabilidad compartida entre la
comunidad y los organismos del Estado, entre los cuales la fuerza
pública y los municipios son más relevantes. Sin embargo,
la anhelada coordinación y cooperación entre ellos no
puede enfrentarse con criterios simplistas, no debe olvidarse, que cada
uno son sistemas autorreferentes con códigos particulares de
selección y que por lo tanto, la comunicación entre ellos
resulta altamente compleja, contingente y particular a las condiciones
que define su realidad sociocultural, espacial e histórica.
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