Prospectiva tecnocrática, profecía urbanística o utopía populista, es raro que las reflexiones sobre las nuevas condiciones del hábitat no anuncien, de una forma u otra, la emergencia de una sociedad nueva, libre de divisiones de clases tradicionales y, en la mayoría de casos, compuesta por hombres nuevos dotados de una “psique” original. Estas transformaciones se atribuyen al poder de la coexistencia de grupos sociales anteriormente separados o incluso, a veces, al solo efecto de las condiciones de vivienda y del “paisaje urbanístico”. ¿Es posible contentarse, para romper con esta sociología espontánea, con tomar la ruta contraria al discurso común? Algunos estudios, inspirados en la intención de criticar la opinión habitual que atribuye a las características de la población de los grandes conjuntos habitacionales 3 las diversas manifestaciones anómicas que allí se observan, hacen desaparecer la especificidad de las formas de poblamiento de estas unidades de vivienda, ya que comparten el prejuicio esencialista de las opiniones que intentan rebatir, prejuicio según el cual los habitantes de los grandes conjuntos tendrían, en sí mismos, características particulares: al basarse sobre comparaciones de promedios, estos estudios sólo pueden constatar que, en promedio, los habitantes de los grandes conjuntos habitacionales no son muy distintos del promedio de la población francesa urbana o, incluso, del promedio de la población que habita inmuebles nuevos, en síntesis, que no son muy distintos del francés promedio.
Este es, en efecto, el método de una investigación sobre los grandes conjuntos habitacionales 4 (Clerc, 1967) que “tendiendo primero a una descripción promedio” (p. 394), compara el promedio de los habitantes de los grandes conjuntos habitacionales con diversos promedios calculados a partir de categorías de población que no son en ningún caso definidas por la residencia en el mismo barrio o en el mismo conjunto habitacional, de tal manera que, al trabajar sobre dos abstracciones, el estudio no logra tratar la pregunta que lo hace específico y no puede señalar si los grandes conjuntos considerados separadamente -y no en su totalidad como hábitat de una población particular-, tienen una población diferente a la de otras unidades habitacionales, y menos aún puede definir, eventualmente, esta diferencia 5 .
La ilusión del promedio implica el riesgo de condenarse a la alternativa entre negar en bloque todas las características de los grandes conjuntos habitacionales, especialmente las señales de una menor integración social y las formas originales que allí adoptan las relaciones sociales, o relegar dichas características a lo indecible, atribuyéndolas indiscriminadamente a la eficacia milagrosa de las condiciones materiales (el paisaje o, sobre todo, la falta de equipamientos colectivos). Se trata de dos posiciones que se desvían del análisis sociológico en favor de la constatación indiferente que abunda en generalidades, por definición inmutables, o de la lectura prospectiva que detecta mutaciones por todos lados. Para caracterizar verdaderamente a la población de los grandes conjuntos habitacionales y las diversas categorías que la componen no se debe recurrir a la comparación abstracta con un promedio general, sino a la comparación con otras unidades habitacionales y, especialmente, con otros barrios de la misma ciudad.
Asimismo, no es posible estudiar la composición social de estas poblaciones haciendo abstracción de los mecanismos sociales a través de los cuales las diferentes categorías de habitantes se encontraron en una situación de cercanía, y tratando como una “muestra al azar” lo que probablemente es producto de una selección particular: ¿acaso es el obrero medio el que se encuentra aquí en una relación de vecindad con el empleado medio? La ilusión de la generación espontánea podría, en efecto, ser el principio de un desconocimiento de las características del tipo de población de los grandes conjuntos habitacionales, que se reduce normalmente a lo más evidente: la apariencia que asume la pirámide de edades. ¿La tradición del análisis ecológico no se encuentra acaso marcada, como resultado de la analogía con la ecología animal y la biología (Hawley, 1950, p. 33-65), por el presupuesto de los movimientos espontáneos de población? Un análisis sociológico completo supone un estudio morfológico de la población, que considere los principios según los cuales ésta se ha constituido, principios que son diferentes según el tipo de inmueble y el tipo de estatus de sus ocupantes 6 .
Sólo cuando las características morfológicas de esta población estén claramente establecidas, se podrá analizar las transformaciones sociales que generan los grandes conjuntos habitacionales. En efecto, es posible que varias de las particularidades de la percepción social y de las relaciones sociales que a veces se aumentan para ver en ellas las señales de una “mutación psicológica”, o los indicios de una transformación de los modos de vida característicos de la “sociedad de masas”, o que se atribuyen a naturalezas simples, nociones psicológicas revestidas o no de sociología, tales como la ambición, la emulación o la sociabilidad, derivan de la forma que toman las oposiciones y las divisiones sociales cuando están sobredeterminadas por las condiciones de constitución de esta población y por las particularidades de su composición 7 . ¿No es acaso la especificidad de los grandes conjuntos habitacionales el hacer cohabitar a categorías que, habitualmente, sólo conviven en las estadísticas?
Una población pre-construida
La composición social de las comunas suburbanas de reciente desarrollo le debe algunas de sus características a las condiciones de desarrollo de la construcción y de la política de vivienda. Las divisiones sociales toman aquí una nueva apariencia, las diferencias de un barrio al otro y, sobre todo, al interior de un mismo barrio, se vuelven cada vez más profundas 8 . La construcción de conjuntos de viviendas similares que están destinados a una clientela relativamente homogénea conduce a la yuxtaposición de barrios claramente diferenciados, diferenciación que depende del tipo y del costo de la construcción y, por lo tanto, de su fecha de construcción. La imagen catastrófica del gran conjunto habitacional es en parte el reflejo de estas condiciones: este complejo, en el que la población obrera es importante, colinda con un barrio de pequeñas casas unifamiliares construidas alrededor de 1930 y ocupadas principalmente por sujetos de clase media, la mayoría jubilados (el 68% tiene 41 años o más, en comparación con los jefes de hogar del gran conjunto habitacional, donde el 50% tiene menos de 40 años) 9 . ¿No podrían explicarse algunas de las percepciones desfavorables sobre el gran conjunto habitacional por la proximidad de poblaciones muy diferentes que se contraponen en sus valores y en sus estilos de vida?
Composición socio-profesional de diferentes barrios
Si bien se contrapone de manera bastante clara a los barrios vecinos, el gran conjunto habitacional no es una unidad homogénea como lo puede ser un barrio tradicional. La separación ecológica de categorías sociales diferentes se observa en la mayoría de los barrios de la comuna estudiada: la estructura social de barrios bien delimitados hace emerger, por lo general, un grupo social dominante que, siendo cerca de la mitad de la población del barrio, le “da el tono” y define el estilo de las relaciones predominantes en el barrio, es decir impone sus normas a la comunidad 10 . Por el contrario, en el caso del gran conjunto habitacional, ningún grupo social es ampliamente mayoritario: la diferencia entre la categoría modal y las otras categorías es mucho más débil aquí que en los otros barrios. La categoría más numerosa (los obreros calificados) 11 representan sólo un tercio de la población del conjunto (el 38% del total de jefes de hogar), y no tiene el peso suficiente para constituir un grupo dominante. Estas condiciones morfológicas incrementan la heterogeneidad de la población: la diversidad estadística de las diferentes categorías se amplifica por la diversidad que resulta de la ausencia de un grupo dominante cuyas normas, reconocidas incluso si son transgredidas, tienden a definir una legitimidad para el conjunto de los habitantes del barrio - efecto de dominación que no se reduce a un efecto de volumen (Hawley, 1950).
Además, dentro de la población del gran conjunto habitacional, las diferentes categorías sociales están representadas por “muestras” particulares constituidas de acuerdo a reglas diferentes en cada caso y no solamente porque los apartamentos nuevos atraigan más a las parejas casadas y a una población en promedio más joven 12 . El análisis debe tomar en cuenta el tipo de organismo de atribución de las viviendas y el tipo de proceso administrativo por el cual se accede a estos grandes conjuntos habitacionales, condiciones aparentemente secundarias, pero que en realidad son determinantes de la conformación de la población residente del conjunto 13 . Algunos conjuntos nuevos pueden diferenciarse de manera muy significativa según los procesos por los que sus habitantes fueron seleccionados como beneficiarios de las viviendas (tipo de tenencia, propiedad o arriendo, organismo que atribuye las viviendas y criterios de atribución). En efecto, cada uno de los diferentes organismos que se encargan de la atribución de viviendas en un mismo conjunto 14 canaliza un tipo de beneficiarios diferente. La estructura socio-profesional de los ocupantes varía de acuerdo al organismo de gestión. Así, entre los beneficiarios de los organismos HLM de la aglomeración parisina se cuenta un 46% de obreros, 26% de empleados y 22% de ejecutivos intermedios y ejecutivos superiores, en tanto que los hogares alojados en el parque de vivienda de la Sociedad Central Inmobiliaria de la Caja de Depósitos (SCIC) se compone de un 23% de obreros, 31% de empleados y 46% de ejecutivos medios y ejecutivos superiores (Clerc, 1967, p. 157) 15 . Al interior mismo de los HLM, existen diferentes vías de acceso a las viviendas que corresponden a la diversidad de entidades involucradas en el financiamiento de las mismas, como son los organismos de subsidios familiares, las empresas prestamistas, las municipalidades, etc., de manera que aquí el sector de la vivienda social coexiste con muchos otros 16 .
La característica común de estos organismos es la de realizar una selección que no opera según las leyes del mercado: en tanto que los apartamentos atribuidos de acuerdo a los mecanismos normales del mercado atraen a una clientela bastante homogénea debido a que debe responder a las mismas condiciones económicas y que, la mayoría de las veces, es seleccionada en un área (social y geográfica) bastante definida, los organismos encargados de otorgar las viviendas, seleccionan a sus beneficiarios en áreas diferentes y de acuerdo a reglas diferentes. . Por ejemplo, los apartamentos distribuidos por los organismos de prestaciones familiares se destinan preferentemente a las personas que viven en malas condiciones, a las familias numerosas, a los hogares amenazados de expulsión, en síntesis, principalmente a familias que pertenecen a la franja inferior de la clase obrera, donde se encuentra una gran parte de los llamados “casos sociales”. Por el contrario, los apartamentos obtenidos mediante el título de la contribución de los empleadores a la construcción (el 1% patronal 17 ) son atribuidos a ejecutivos o empleados o, en ocasiones, a obreros que cuentan con una estabilidad particular en su empresa, un empleo seguro, un nivel de calificación elevado, es decir, sujetos que pertenecen a la franja superior de la clase obrera. De esta manera se explica, por ejemplo, la diferencia entre el tamaño promedio de las familias de obreros no calificados y el de las otras categorías 18 . La acción combinada de motivos humanitarios -que dan prioridad a las familias más desfavorecidas para acceder a los apartamentos entregados por el servicio de subsidios familiares-, y de reglas económicas -que buscan asegurar que el arriendo no sea una carga demasiado pesada en relación a los recursos de la familia 19 - otorga posibilidades mucho más grandes de obtener un departamento a las familias numerosas de las capas desfavorecidas, las que, en parte gracias a las prestaciones familiares y a la subvención de vivienda, disponen de recursos relativamente más elevados que los de otras familias de la misma categoría. Si bien es cierto que el número promedio de hijos por familia es más elevado en el gran conjunto habitacional que en la ciudad, esto vale para todas las categorías sociales, a excepción de las clases superiores (el nivel de recursos de estas últimas reduce la importancia de las prestaciones familiares en el presupuesto y, por eso, neutraliza las diferencias que el número de hijos determina en las categorías de ingresos menos elevados). No obstante, hay que mencionar que la diferencia es mucho más grande entre los obreros no calificados y los empleados: la distancia entre el número promedio de hijos por hogar en el conjunto de la comuna y en el gran conjunto habitacional pasa de 0,53 para los ejecutivos medios y artesanos-comerciantes, a 1,51 para los empleados, 1,01 para los obreros calificados, 1,26 para los obreros especializados y 2,31 para los obreros no calificados.
A estas diferencias, que están directamente vinculadas a los principios a los que obedeció la “selección” de los ocupantes de las viviendas, se agregan diferencias circunstanciales, producidas de acuerdo a los mismos mecanismos, que acentúan y que cualifican las diferencias propias de la pertenencia a categorías sociales diferentes: así, los obreros calificados, de los cuáles muchos acceden al gran conjunto habitacional por intermedio de su empleador, se distinguen de su categoría de origen por un nivel de calificación más elevado, a la inversa de los empleados que exhiben un nivel de calificación menor que el promedio de su categoría de origen 20 . En comparación a los obreros calificados y a los ejecutivos medios, los obreros no calificados y empleados -que son las categorías inmediatamente inferiores respectivamente-, parecen estar mayoritariamente en el “final de la carrera urbanística”: son de edad más avanzada y han cambiado más seguido de residencia. En efecto, más de la mitad de los obreros no calificados (52,5%) y un tercio de los empleados (34%) tienen 51 años o más, en tanto que más de tres cuartos de los obreros especializados y los obreros calificados (80%), de los ejecutivos medios (83%) y de los miembros de clases superiores (84%) aún no tienen 51 años. Los obreros calificados y los ejecutivos medios son más jóvenes y con mayores niveles de estudio, tienen un nivel de vida más elevado que los obreros no calificados y los obreros especializados, y que los empleados, respectivamente 21 . Para ellos el gran conjunto habitacional es una etapa provisoria a lo largo de una trayectoria ascendente, frecuentemente una etapa previa a la compra de un apartamento, al final o a media carrera 22 . Por el contrario, para los obreros no calificados y los empleados, en la mayoría de los casos de bastante edad y con bajo nivel de estudios, el gran conjunto habitacional representa el término y más difícilmente que los otros pueden esperar acceder a una residencia de tipo superior que el HLM: efectivamente, las razones económicas y, al mismo tiempo, demográficas (cuya eficacia es tan fuerte que inciden directamente en las reglas de asignación de viviendas) impiden a las categorías más desfavorecidas acceder a los HLM antes de una cierta edad (es decir, antes de obtener un cierto nivel de recursos) y antes de que su familia tenga un cierto tamaño (es decir, derechos particulares para este tipo de vivienda, al mismo tiempo que, gracias a los subsidios familiares, un nivel de recursos más seguro) 23 .
En consecuencia, cada categoría se encuentra, en relación a la categoría inferior, en un punto diferente de su trayectoria y se caracteriza no solamente por una situación social superior, si no que sobre todo por tener posibilidades de movilidad (geográfica y social) mucho mayores 24 . Al interior de una misma clase social, el “destino” social crea subcategorías fuertemente contrapuestas y la coexistencia en el espacio expresa el encuentro momentáneo de trayectorias sociales muy diferentes que la sociología espontánea confunde 25 . Esta heterogeneidad extrema de sub-grupos producidos por los mecanismos de selección es lo que constituye el rasgo específico de la población de los grandes conjuntos habitacionales, más que el mero volumen de la población o la proximidad circunstancial de gente de orígenes diversos, que son causas fenomenales que deben su eficacia a la condición fundamental que acabamos de analizar y de la que hay que extraer todas las consecuencias.
Sociabilidad y coexistencia de clases
Para comprender las formas que toma la interacción social y la débil integración, ¿no son más importantes las características de la población de los grandes conjuntos que surgen como resultado de los procesos según los cuales ésta se compone, que las disposiciones a la sociabilidad o que la sensibilidad hacia las condiciones de vida? Ante la falta de conocimiento del verdadero origen de algunos fenómenos, esto es la composición misma de la población, ¿no se corre el riesgo de volverlos autónomos y de exagerarlos hasta convertirlos en una suerte de curiosa de la etiología y de la sociografía de los grandes conjuntos o, incluso, de convertirlos en señales que anuncian mutaciones mal definidas? Es conceder demasiado a los presupuestos voluntaristas e idealistas el considerar las intenciones de partida y la permanencia promedio como expresiones del “gusto” o del “disgusto” por el gran conjunto habitacional, sin tener en cuenta las desiguales oportunidades para acceder a otro tipo de vivienda y, por consiguiente, los plazos variables para materializar estas oportunidades. En consecuencia, cabe preguntarse si es que el “apego” que tienen los habitantes por sus inmuebles proviene de algo que les gusta de ellos, o más bien de algo que “los ata” a ellos 26 . Las declaraciones desfavorables son tanto más frecuentes cuanto se escala en la jerarquía social. 27 Pero sería un error ver en esto únicamente la expresión directa de actitudes profundas frente a la coexistencia y la proximidad de clases, y querer deducir directamente de ello las normas de sociabilidad y de confort propias de cada clase oponiendo, por ejemplo, las clases superiores, hostiles a la coexistencia, a las clases populares, favorables al intercambio y a la comunidad, o incluso grupos con fuertes exigencias en relación a las condiciones de las viviendas, a grupos que, por falta de ambición o por ignorancia, se contentarían con menos.
Para comprender las variaciones de las opiniones sobre el gran conjunto habitacional, hay que tomar en cuenta las dificultades objetivas que, para cada grupo, definen lo posible y lo imposible en materia de vivienda 28 . El significado del hábitat y de las proximidades espaciales que impone dependen de la trayectoria en la que éste se inscribe para cada grupo: paso momentáneo en el marco de un trayecto que conducirá a otras condiciones de residencia, o situación permanente con la que hay que contentarse, por criticable que sea o, incluso, felicitarse, en comparación con aquello de lo que permite escapar.
En síntesis, la actitud frente al gran conjunto habitacional depende, paradójicamente, de las posibilidades que se tiene de dejar de vivir en él, esto es, del grado de libertad en cuanto a las limitaciones que implican las condiciones de vivienda 29 . Resulta muy ingenuo interpretar las respuestas a las preguntas generales sobre los grandes conjuntos habitacionales sin tener en cuenta el cúmulo de restricciones que rigen el acceso a la vivienda, especialmente para las clases populares. Ahí donde el sociólogo hace la pregunta en términos de gusto, ahí donde cree sondear los arcanos de la sociabilidad (una virtud asociativa mas no soporífera), los sujetos de las clases populares responden en términos de restricciones: “lo que importa es tener una vivienda” (maestro pulidor); “hay tanta gente con problemas de vivienda” (mujer de maestro de techos) (Clerc, 1967, p. 377-8); “soy favorable a los grandes conjuntos habitacionales en el sentido en que se puede alojar a la gente con problemas de vivienda” (empleada). Ellos valoran los grandes conjuntos como una solución a la crisis de vivienda, de la que han experimentado frecuentemente sus efectos: “maravillada, no me lo creo, después de haber vivido en chozas, es formidable” (mujer de albañil) (Clerc, 1967, p. 346) 30 . Además, ellos no reproducen los estereotipos hostiles que difunde la prensa y que se encuentran frecuentemente en los discursos de los sujetos de clase media o superior: “A mí no me choca toda esta gente, nunca se me ha venido a la cabeza la idea de que esto podría ser una jaula de conejos o un gallinero, como se dice” (obrero calificado, propietario); “Para mí un gran conjunto habitacional es un cuartel, un lugar siniestro, un dormitorio” (ejecutivo medio, propietario).
De la misma forma que las opiniones sobre el gran conjunto habitacional no tienen sentido sino es en relación al sistema de restricciones que rigen el acceso a la vivienda, y que son variables de una clase a otra, las conductas de sociabilidad no se entienden sino es en referencia a la heterogeneidad de la población y a las diferentes maneras en que los distintos grupos pueden, dadas las normas de sociabilidad propias de su clase, responder a esta situación. Al leer algunos estudios, uno podría creer que las conductas de sociabilidad no implican más que una disposición particular al intercambio y que, en tanto expresiones de la vida social, sólo se vinculan a la situación social de una forma muy débil, de manera que la sociología podría en esto limitarse al estudio de un homo loquens definido por la facultad de hablar y de conocerse con sus vecinos. Sin embargo, basta con cuestionar y analizar estos comportamientos renunciando a las buenas intenciones de la animación y a las ilusiones del intercambio social intenso y generalizado, para ver que las conductas de sociabilidad más triviales comprometen toda la posición social y todo el tipo de vínculo con otros grupos sociales. ¿Se podría comprender la aparente paradoja de acuerdo a la cual los miembros de los grupos favorecidos -que afirman más frecuentemente que otros grupos una falta de solidaridad entre los habitantes-, son los que más participan en redes de intercambio de servicios, mientras que los obreros y empleados ingresan escasamente en este tipo de relación, si no se considera que para estos últimos grupos, el intercambio de servicios es mucho más que una convención de comodidad entre vecinos y supone una solidaridad profunda, fundada en la complicidad, la identidad de condición y el conocimiento mutuo? 31 En las capas superiores de las clases medias las “relaciones sociales” son una actividad específica y limitada que es conducida frecuentemente como una iniciativa sistemática (se habla de “hacer” o de “mantener” relaciones). Así, esta nueva situación no los toma por sorpresa 32 . Al contrario, en el medio obrero, las relaciones son, al modo de un lazo de “comunidad”, más “totales” y fundadas en una solidaridad estrecha: en la medida que aseguran una protección contra el mundo exterior, se articulan en un sistema de ayuda recíproca que no es reductible a un intercambio racionalizado fundado sobre el cálculo económico (Coing, 1966; Muir y Weinstein, 1962; Young y Willmott, 1964).
En concordancia con estas diferencias, declaraciones formalmente idénticas pueden tener un sentido muy distinto, y las respuestas a las preguntas sobre el conocimiento mutuo y los intercambios de servicios no constituyen necesariamente, como a los analistas les gusta creer, un índice de integración profunda 33 . De la misma forma, es por la debilidad del conocimiento mutuo, vinculada a la heterogeneidad de los grupos sociales, y no por las particularidades de la disposición a comunicar, que hay que explicar la relación de los habitantes con el vecindario. El vecindario recuerda con quién obliga a cohabitar el gran conjunto habitacional. Si ya no se trata del área de relaciones privilegiadas 34 , si desaparece como espacio calificado y socialmente inscrito que media en la oposición entre el mundo exterior y el mundo familiar 35 , esto se debe a que la condición esencial de la existencia de relaciones entre vecinos y de un “vecindario” es la homogeneidad social de población. Las relaciones obedecen al principio de la libre elección que ignora las separaciones geográficas o, incluso, se sitúan fuera de los límites del vecindario o del barrio, lo que es una manera de dar fe de que la elección es “libre”, es decir, que no está limitada al medio al cual se pertenece: “Lo mejor es salir de su casa y realizar pasatiempos en otros lados, es más entretenido encontrarse entre varias mujeres afuera, mientras que en el vecindario uno se deja siempre atrapar por las tareas de la casa” (mujer de obrero fresador) 36 .
¿Los supuestos voluntaristas y la insistencia exclusiva sobre la sociabilidad que caracterizan a una buena cantidad de escritos sociológicos sobre las condiciones nuevas de vivienda no se explican acaso por una intención utópica? Si se junta y sistematiza los rasgos que, en cada obra individual, se ocultan en afirmaciones inversas según la práctica del discurso alternativo o en descripciones de apariencia sociológica, se percibe que el principio de todos estos análisis es afirmar la emergencia de una sociedad nueva donde las divisiones de clases desaparecen 37 . Entre muchos posibles ejemplos, algunas ilustraciones de estas tesis: “la presencia de hogares pertenecientes a categorías sociales muy diferentes en las mismas unidades de vivienda, marca un giro en la historia de la civilización industrial... en los laboratorios improvisados que son los nuevos conjuntos habitacionales se elaboran, bajo presiones opuestas, las estructuras sociales del mañana” (Chombart de Lauwe, 1965, p. 123); “en estos grandes conjuntos habitacionales más que en cualquier otro lugar se elabora una nueva cultura, la cultura de masas. Los grandes conjuntos habitacionales proporcionan el marco y las condiciones ideales para el florecimiento de esta cultura. Al gran conjunto habitacional se llega sin pasado, sin más historia que una idealizada, se vive individualmente, de manera excesivamente privada... es la génesis de otra sociedad” (Kaes, 1963, p. 307). Se pueden distinguir dos formas de esta utopía.
La primera, que se caracteriza por su buena voluntad social y su optimismo, afirma la difusión milagrosa de las necesidades y aspiraciones, consideradas como universales, de la pequeña burguesía: “Los habitantes del conjunto habitacional, al cambiar detalles de su existencia, tienden al mismo tiempo a cambiar de posición social. El hecho de habitar en los conjuntos habitacionales lleva a algunas familias a buscar una posición social más elevada; otras, por el contrario, para no distinguirse demasiado, simplifican su estilo de vida. Las diferencias (...) y las oposiciones que persisten o que incluso se refuerzan en los nuevos conjuntos habitacionales podrían atenuarse o desaparecer si estas posibilidades de movilidad social estuvieran mejor estudiadas” (Chombart de Lauwe, 1965, p. 154). Las esperanzas depositadas en una suerte de “social engineering” que despertaría de manera milagrosa aspiraciones de movilidad -es decir, independientemente de las posibilidades objetivas de ascensión-, reposan sobre una convicción más profunda, la de la universalidad de la aspiración a la condición media, una aspiración tan fuerte que sería capaz de empujar a aquellos que se encuentran arriba de este nivel a entrar en el rango y en la feliz mediocridad. Esta utopía de los sociólogos -que expresa tal vez una de las “intenciones” de la política de construcción de los grandes conjuntos habitacionales-, se encuentra muy cerca del discurso que tienen algunos sujetos que, confiados en el progreso prometido a la clase obrera por el contacto y el ejemplo de las clases medias, ven en los grandes conjuntos habitacionales el instrumento de una política civilizadora: “Hay familias que pueden aprender a vivir mejor en contacto con otras” (empleado de banco) (Clerc, 1967, p. 199). El ideal de la sociedad sin clases es también la réplica de los sueños de algunos sujetos de clase media: “Es un inmueble obrero, en el que el obrero ha subido un peldaño; es un inmueble burgués en el que la burguesía ha estallado, ha tomado conciencia del obrero; …esta mezcla se hace; hay de todo y eso no perturba a nadie… ya no hay diferencias establecidas, se ha hecho la síntesis” (empleado) (Coing, 1966, p. 202).
La segunda forma de la utopía, más radical y profética, va de la novedad de los conjuntos habitacionales a la de la población que los habita, y de ahí a la novedad de las necesidades que nacen en esta población: “(...) La experiencia de los nuevos conjuntos habitacionales (...) permite percibir las necesidades en su estado espontáneo, natural, casi bruto. Aún no se cubren de motivaciones, de artificialidades, de ideologías y de justificaciones. Se expresan” (Lefebvre, 1960, p. 198). En resumen, ya sea en tanto célula social donde se reúnen los sujetos de clase media, o en tanto lugar donde se produce una experiencia de retorno a los orígenes, el gran conjunto habitacional, al sustraerse a la influencia de la sociedad circundante, permitiría la emergencia del hombre nuevo, ya sea el pequeño burgués universal, o el hombre eterno liberado de “alienaciones”, “mitos” y “condicionamientos”. Estas reflexiones suponen que el simple cambio de las condiciones de vivienda y de vecindario será capaz de producir transformaciones automáticas e inmediatas. Para que el sueño utópico sea posible, hay que proveerse de sujetos en los que las necesidades emergen milagrosamente, de manera espontánea o por contagio: “Abandonando las viviendas deterioradas y sobrepobladas, las familias de bajos recursos buscan animosamente, no sólo transformar su vida cotidiana, sino que adquirir nuevos medios para instalarse. Su deseo de alcanzar una calificación superior ha aumentado”; o más aún: “Todo parece suceder como si las malas condiciones de vida y de vivienda extinguieran hasta el deseo mismo de mejorar lo que ya se tiene. Un cambio total, en este caso el paso a un tipo mejor de vivienda, hace emerger nuevos deseos y nuevos comportamientos” (Chombart de Lauwe, 1965, p. 18, 1959, p. 111, énfasis agregado).
Queda en evidencia que para razonar de este modo hay que olvidar que el acceso a las nuevas viviendas está diferenciado, que las aspiraciones se miden en función de las posibilidades objetivas, que las condiciones de vivienda y de vecindario no bastan para transformar la posición social y, por último, que los cambios sociales no se reducen a cambios personales. El rasgo común de las mutaciones descritas es prometer la desaparición de las clases populares, sea en beneficio de la pequeña burguesía, o en beneficio de una “nueva clase obrera” 38 . Es posible preguntarse, entonces, si estos análisis permiten resolver la ambivalencia de la relación que los intelectuales establecen con el pueblo, y que toma formas variables según la posición de los diferentes sociólogos en el campo intelectual y según la trayectoria social que los ha conducido hasta allí (Bourdieu y Passeron, 1963). Se reconoce, en la mayoría de los análisis y de las preocupaciones que suscita el desarrollo del urbanismo, la prolongación de las utopías que nacieron, en Inglaterra particularmente, como reacción a la rápida industrialización y urbanización, y al nacimiento de un proletariado urbano. Este es el caso de la “Ciudad Jardín”, imaginada por Ebenezer Howard (1898), una feliz síntesis de la ciudad y el campo que, de acuerdo a P.H. Mann (1965) 39 , está concebida para ser habitada por la burguesía distinguida (“genteel middle class”), y cuyo centro está conformado por un hospital, una biblioteca, una sala de conciertos, una municipalidad y un museo. Estas utopías, que a través de diversas mediaciones marcaron la política de urbanismo y que sobreviven en algunos programas, describen una ciudad sana, limpia, armoniosa, integrada a la manera de un pueblo tradicional y liberada del proletariado, ausente o transformado por las virtudes del contacto evangelizador con las clases medias 40 . El equilibrio armonioso de las clases asegura la animación y la concordia en las comunidades imaginadas por estos planificadores, en las que los sujetos de clase media proporcionan los “leaders” a la masa de sujetos de clase popular: “cada esquema de urbanismo debería apuntar a producir unidades de vecindario bien integradas a la ciudad y armoniosamente equilibradas desde el punto de vista de la composición social” (Mann, 1965, p. 174). La insistencia teórica sobre el “vecindario” como concepto privilegiado de la sociología urbana, y sobre la sociabilidad como objeto por excelencia de las investigaciones de sociología urbana, se explica por la nostalgia típicamente populista de la comunidad rural idílica 41 .
Menos prevenidos que los sociólogos, obstinados en ver en el acercamiento de las clases sociales la premisa y la garantía de un acercamiento social, los habitantes de los grandes conjuntos habitacionales tematizan sin embargo la relación a esta situación excepcional de coexistencia, incluso si, frecuentemente, lo hacen recurriendo a prenociones. La mezcla de clases sociales, denunciada como promiscuidad o elogiada como acercamiento, es normalmente el tema explícito de las declaraciones sobre el gran conjunto habitacional 42 . Desde el momento en que se supera la opinión general sobre un problema de urbanismo, las respuestas involucran siempre la referencia al contexto social, situándose los sujetos en relación a otros grupos no solamente en el instante, sino también en sus posibilidades de futuro. Las actitudes frente al gran conjunto habitacional expresan, así, la conveniencia social que los habitantes le reconocen al acercamiento espacial de grupos diferentes. Al pronunciarse sobre el gran conjunto, se pronuncian también sobre la distancia real que perciben entre su grupo y los otros grupos a los cuales han sido “artificialmente” acercados. Así, los sujetos de clase popular o de clase media en fase de movilidad social ascendente se declaran muy favorables a una situación que les provea de la oportunidad de codearse cotidianamente con las categorías a las que ellos aspiran, de motivos para creer que se han acercado a ellas, y de modelos para el aprendizaje de su condición de aspirante: “En estos grandes conjuntos habitacionales estamos muy mezclados, hay un médico, un obrero en la misma escalera, los salarios son muy diferentes unos de otros, a mí esto no me molesta; la caja de escalera es la casa, la familia” (obrero, propietario). “A mí las mezclas no me molestan; al contrario, las prefiero: si todo el mundo fuera del mismo nivel, si nuestros maridos fueran todos obreros, si todos estuviéramos en el mismo plano simpatizaríamos, pero es necesario tener a alguien que nos aporte su saber, hay que aprovechar el saber de otros” (mujer de obrero calificado, arrendataria). En consecuencia, las actitudes varían de acuerdo a si el contexto permite aproximarse a categorías superiores o, al contrario, acercarse a categorías populares 43 .
En todo caso, el “anonimato” de los nuevos conjuntos habitacionales, que posibilita la ruptura con el grupo de origen y con el control de una comunidad de residencia integrada, concuerda bastante bien con la situación de los grupos en curso de movilidad, que tienden a desvincularse de su grupo de pertenencia. Por el contrario, los grupos ubicados en los dos extremos de la jerarquía critican esta situación ya que los obliga a una coexistencia artificial 44 . Los grupos más desfavorecidos, expuestos al desprecio de los otros y a la confrontación con maneras de vivir inaccesibles, lo sienten como una humillación. “Me parece que en Sarcelles sería menos rudo que aquí, es un conjunto residencial más obrero. Aquí es una mezcla, hay de todo. Aquí no hay nada que hacer, la gente es incluso mal educada, ¡a uno lo empujan!... Es hostil. Hay mucha gente que es propietaria, que es vanidosa y orgullosa” (obrero, arrendatario). Los sujetos de clase superior, o de capas superiores de las clases medias, critican el principio mismo del gran conjunto habitacional y son muy sensibles a las dificultades de cohabitación 45 . En efecto, a menudo las opiniones generales sobre el gran conjunto habitacional, o sobre las condiciones de vida o incluso las observaciones sobre detalles en apariencia estrictamente materiales, expresan de manera indirecta la reacción a esta situación de coexistencia 46 . Así, la importancia del tema recurrente del ruido, asociado frecuentemente a críticas sobre la promiscuidad y la mezcla social, no se entiende si no se ve que los inconvenientes reales de una insonorización defectuosa tienen un significado social 47 : el ruido les recuerda, hasta en la intimidad, cuán distintos son de los vecinos que viven de acuerdo a otros horarios y a otras costumbres, siendo los ruidos más desagradables aquellos que manifiestan métodos de educación brutales o que dejan ver prácticas sexuales diferentes, es decir, aquellos que dan cuenta de la “mala educación” y la “incultura” 48 . Se podría mostrar de esta manera que la mayoría de las críticas remiten siempre a la coexistencia de las clases sociales 49 o, más precisamente, a una estructura particular de las relaciones objetivas entre las clases, que puede suscitar las quejas en apariencia contradictorias de promiscuidad y aislamiento.
Diferenciación de grupos y terrenos de conflicto
El lenguaje de la mutación y de la desaparición de la sociedad de clases encierra dos ilusiones simétricas. Según la primera, los grupos, o más bien los individuos ubicados en curvas idénticas comienzan, a partir de la instalación en un nuevo hábitat, a divergir marcadamente debido a que hacen uso casi por completo de las posibilidades que abre esta situación, siendo la diversificación definida aquí de manera psicosociológica como un despertar diferencial de las aspiraciones y de las “necesidades”. De acuerdo a la segunda, la proximidad y la identidad de las condiciones de hábitat homogenizan grupos que eran diferentes antes de la instalación en el gran conjunto habitacional. El principio de estas ilusiones, antagónicas y cómplices a la vez, es la subestimación de las diferencias anteriores que el proceso de selección de la población de los grandes conjuntos afina y subraya al acercar categorías fuertemente contrastadas. Se atribuye entonces a la eficacia del gran conjunto habitacional fenómenos en los que la instalación en él es, en la mayoría de casos, la consecuencia o el acompañamiento o, menos frecuentemente, la condición propicia en el caso de los grupos para los cuales el gran conjunto habitacional se inscribe en una trayectoria ascendente, puesto que el cambio de residencia permite y al mismo tiempo actualiza los proyectos de movilidad.
Las relaciones entre grupos se ven afectadas por las diferenciaciones que tienen lugar en el momento del cambio de las condiciones de vida. La instalación en una nueva vivienda determina transformaciones en la economía doméstica y, por consiguiente, en la vida familiar. Si se hiciera más a menudo 50 , sólo la medida de la dispersión de los ingresos bastaría para poner en evidencia el carácter ideológico del discurso sobre el acercamiento de las condiciones: de acuerdo a un estudio sobre familias que viven en HLM, la relación entre el grupo de recursos más bajos y el grupo de recursos más altos es de 1 a 2 aproximadamente 51 . Las tasas de equipamiento hacen visibles diferencias aún más claras 52 . Además, la instalación en una vivienda nueva acarrea una serie de transformaciones en el presupuesto, de manera que las diferencias económicas preexistentes a la instalación se ven modificadas. De acuerdo a un estudio comparativo del presupuesto de los hogares que habitan en viviendas antiguas con el de familias que habitan en una vivienda nueva (Van Gravelinghe, 1961), los gastos en vivienda son más elevados en promedio para las viviendas nuevas que para las antiguas (3.624 francos en promedio por año, versus 2.703 francos); la porción de estos gastos es bastante alta en aquellos hogares en que el gasto total es más débil (20% y más del gasto total versus 10% aproximadamente para los hogares en los que el gasto total es más alto). La comparación de los presupuestos de familias de una misma categoría social muestra que, en todas las categorías, a excepción de los ejecutivos superiores y de los miembros de profesiones liberales, los gastos distintos a los de vivienda son más bajos para las familias que viven en viviendas nuevas. Así, para los ejecutivos medios y empleados, la suma de estos gastos es de, 14.675 (nueva) y de 15.762 (antigua), para los capataces y obreros calificados de 12.895 (nueva) y de 13.923 (antigua), para el resto de los obreros y el personal de servicio de 12.416 (nuevo) y de 13.414 (antiguo) 53 . Los ítems donde la diferencia es más grande son en general el vestuario, los transportes individuales, la higiene, la salud y los servicios domésticos, las vacaciones.
El aumento del ítem arriendo en los gastos, el incremento de los gastos comunes y de transporte, los gastos de mantenimiento, de transformación y especialmente de adaptación “exigidos”, en cierta forma, por un apartamento nuevo 54 repercuten de manera muy distinta sobre los presupuestos de las diferentes categorías sociales. La instalación en una vivienda nueva se vuelve una suerte de prueba de aptitud o de incapacidad para acceder a otro modo de vida: las clases medias pueden realizar sus aspiraciones, desarrollar un estilo de vida acorde a las exigencias objetivas del departamento; por su lado, como es difícil transportar o reconstituir inmediatamente el conjunto de expedientes y de frágiles equilibrios sobre los cuales descansaba normalmente su presupuesto, las categorías menos favorecidas pueden encontrarse en una situación aún más precaria, en la que la cercanía y la confrontación con grupos más favorecidos alimentan el sentimiento de relegación y la impresión de no estar a la altura de las exigencias de la vivienda nueva. La instalación tiene entonces un efecto de ruptura para los grupos más desfavorecidos, no obstante, concede a los otros grupos el desarrollo de un estilo de vida propio y, particularmente a las categorías más favorecidas de la clase obrera, el acceso al estilo de vida de las clases medias, acceso facilitado por la cercanía espacial con grupos de referencia y por la ruptura con los controles a través de los cuales, en una comunidad integrada, los consumos son regulados 55 . Las diferencias entre los distintos grupos que coexisten en el gran conjunto habitacional se ven intensificadas, especialmente considerando que en este contexto de aparente similitud de las condiciones de vivienda se tiende a reforzar los mecanismos de diferenciación. Estas transformaciones tienen la posibilidad de repercutir, en las clases medias y en las capas superiores de la clase obrera donde se encuentran más marcadas, sobre el conjunto de la vida doméstica. De la misma forma que el presupuesto tiende a reestructurarse alrededor de la vivienda, la vida social tiende a organizarse alrededor de la vida familiar. La organización y adaptación del apartamento refuerza la integración del hogar; la distribución de los espacios, las conversaciones, las compras en común, los arreglos, proveen, al mismo tiempo que un centro de interés común y actividades compartidas, la ocasión de confirmar o de llegar a consensos sobre opciones estéticas. Además, la ruptura con las antiguas relaciones, el acercamiento a categorías que normalmente no se desea frecuentar, la debilidad general de la integración debido a la heterogeneidad de la población, favorecen el estrechamiento de la vida familiar alrededor del hogar y de los pasatiempos que se realizan en la intimidad familiar 56 . Esta transformación, asumida voluntariamente por los grupos en los que el sistema de valores permite la definición de un estilo de vida ajustado a estas condiciones y en los que la situación económica otorga los medios para desarrollar este estilo de vida es, por el contrario, vivida a menudo como una relegación por parte de los miembros de las clases populares 57 . Lejos de conducir a un acercamiento de las condiciones de vida y a una homogeneización de los distintos grupos, la instalación en nuevos conjuntos habitacionales actúa como una especie de revelador de las potencialidades económicas de los diferentes grupos e intensifica la primera diferenciación efectuada por las condiciones de constitución la población, produciendo así una división muy clara entre los grupos que desarrollan completamente las potencialidades de su situación y acceden a la condición pequeño burguesa de los otros que permanecen en la condición popular.
Las relaciones entre grupos heterogéneos están dominadas por la oposición entre la moral pequeño burguesa y la condición popular. La moral popular no posee aquí ni la integridad ni la seguridad ética que presentaría en un barrio popular integrado (Coing, 1966). Con frecuencia ella tiende a adoptar formas miserabilistas bajo el efecto combinado de la posición de subproletario y del sentimiento de relegación que el gran conjunto habitacional produce en las categorías más desfavorecidas de la clase obrera. Estas categorías movilizan la atención dada a las clases populares y, en tanto que categorías “repelentes”, se vuelven el objeto de la indignación general, ya que su modo de vida contradice la moral pequeño burguesa en sus elementos esenciales, principalmente en el ámbito de los comportamientos económicos, así como en los de la fecundidad y los métodos de educación. Es en los conflictos que surgen a propósito de los jóvenes que se pueden observar mejor todas las quejas contra las costumbres populares. En las relaciones cotidianas entre jóvenes o entre jóvenes y adultos de clases diferentes, se ven enfrentados de manera práctica los distintos métodos de educación de los diversos grupos 58 . La reprobación, en nombre del ascetismo pequeño burgués, de las prácticas populares que dejan a la naturaleza lo que debería ser una iniciativa reflexionada de educación conducida por la razón y el método se revela en la acusación corriente de “dejar a los hijos a su propia suerte”, o incluso en la reflexión de un observador que, a propósito de los hijos de una familia de clase popular del gran conjunto habitacional, señala que son “criados” y no “educados” 59 . El rasgo más indiscutible de cultura se encuentra en la aptitud para transmitir cultura, por lo que el hecho de denunciar la incapacidad de entregar una educación correcta no es otra cosa que una acusación de barbarie 60 . La oposición ética que se expresa en este punto es tan fuerte que para los grupos sociales en curso de movilidad la educación es el valor supremo: los hijos y la educación de los hijos tienen un alto precio en un sistema de valores centrado en la familia; por otro lado y sobre todo, es a través de la educación de sus hijos que los padres pueden realizar de manera acabada su proyecto de ascenso 61 . Es en el momento de la adolescencia cuando esta oposición es más aguda 62 . La pertenencia de clase debe entonces confesarse para marcar los gustos y las actitudes que se forman de manera durable a esta edad, como se cree, a pesar de que el monopolio de la familia sobre la socialización se atenúa, la acción de la familia es relevada, completada o disputada por otras instancias que pueden comprometer el aprendizaje adecuado de los valores de clase 63 .
La manera en que las divisiones de acuerdo a la edad se articulan con las divisiones según la clase social acrecienta las diferencias entre los grupos y polariza las oposiciones sociales y demográficas: si bien la llegada al gran conjunto habitacional no se ubica, para todos los grupos sociales, en un momento idéntico del “ciclo de vida” familiar, el número de hijos y su edad tienden a marcar de la misma manera la historia de la vivienda. En consecuencia, aquí no se encuentra la misma diversidad de edad (edad de los hogares y edad de los hijos) que en los barrios donde la renovación de la población es progresiva, conducida por el desarrollo continuo y extendido de viviendas y por el movimiento normal de la natalidad, de los matrimonios y de la mortalidad. En razón de la casi total ausencia de generaciones mayores, la estructura de la población tiende a concentrarse en dos componentes opuestos (padres/hijos) en lugar de una estructura de tres componentes (abuelos/padres/hijos) 64 . Por otra parte, son solamente algunas generaciones las que, como consecuencia del aspecto irregular de la pirámide de edades, constituyen cada uno de estos componentes: por ejemplo, las edades de los padres no se extienden entre los 25 y los 55 años, sino que se sitúan, para la mayoría, entre 31 y 40 años; de la misma forma, la mayor parte de los hijos tienen entre 5 y 15 años, mientras que los jóvenes entre 19 y 25 años son particularmente poco numerosos 65 .
Estos contrastes demográficos tienen por efecto agudizar la sensibilidad hacia las diferencias demográficas de las que dan cuenta las innumerables conversaciones sobre los conflictos generacionales y la originalidad de los jóvenes. La categoría de jóvenes es la que llama la atención. Esto se puede explicar parcialmente por razones demográficas. En efecto, si bien los adolescentes son menos numerosos que los más jóvenes (los de 10-14 años representan el 27% de los jóvenes de 0 a 25 años, mientras que los de 15-19 años, el 23,5%), su categoría parece particularmente importante si se la compara al conjunto de la población, en la que representan más que un décimo 66 . Esta comparación se acerca más a la percepción real de las diferencias demográficas que, sin entrar en detalles de edades, opone a categorías amplias, adultos y jóvenes, siendo una subcategoría particularmente importante entre estos últimos, la de los adolescentes. En efecto, el peso de una categoría en la conciencia social no se mide sólo por su importancia numérica: los adolescentes concentran la atención que se otorga en general a los jóvenes debido a que son el grupo menos controlado, el que escapa de la socialización exclusiva de la familia y la escuela y, también, el grupo más visible en los conjuntos habitacionales, en los que están frecuentemente durante el día siendo sus habitantes casi exclusivos junto a las mujeres que no trabajan.
Pero la intensidad de las diferencias demográficas se debe a que éstas se encuentran sobredeterminadas por las diferencias entre los grupos sociales heterogéneos que coexisten en el gran conjunto habitacional. Como consecuencia de las diferencias de edad de un grupo social al otro y las diferencias en el número promedio de hijos de una categoría a otra, la estratificación social a nivel de los adolescentes no es simplemente la reproducción de la estratificación a nivel de los adultos. El peso de las clases populares es más fuerte a nivel de los jóvenes que a nivel de los adultos. Así, mientras que la fracción de hogares de clase popular es de 56,5%, la fracción de jóvenes de medio popular en los respectivos grupos de edad es de 60%, para el segmento entre 0 y 9 años, 66% para aquellos que están entre 10 y 14 años, 62% para los de 15-16 años y de 68% para el segmento de 17-18 años. Es entonces a la edad en que las diferencias entre los jóvenes se manifiestan de modo más claro y en el momento considerado como el más crítico que los adolescentes de clase popular tienen el peso más alto en la clase de edad. Bajo esta relación, el gran conjunto habitacional se contrapone claramente al resto de la comuna: en tanto que el primero está dominado por adolescentes de clase popular (66% de obreros en el grupo entre 10 y 18 años), los otros barrios están dominados por adolescentes de clase media y superior (57,5% correspondiente a 31,5% de hijos de ejecutivos medios y 26% de hijos de ejecutivos superiores y miembros de profesiones liberales, versus 32,5% de hijos de obreros en el grupo entre 10 y 18 años).
El “peso” estadístico es intensificado por la presencia física en el barrio ya que, mientras las amistades de los adolescentes de clase media y superior se organizan sobre una base distinta que la del vecindario, particularmente sobre la base de la escuela, los adolescentes de clase popular, más confinados al barrio, “se apropian” de la calles del vecindario, forman grupos o bandas entre vecinos: así se imponen aún más visiblemente a nivel de la percepción 67 : “Hay muchas categorías de niños, los buenos, que no se ven, y los otros, la chusma… que andan por ahí hasta media noche, una de la mañana, roban los autos… ¿no trabajan, piensa usted? Los que trabajan son buenos, se comportan bien, a ellos no se les ve, no molestan. Los jóvenes que se comportan tranquilos son los que van a la escuela, a los CET [colegio de enseñanza técnica, NdelosT], ellos no molestan. Tienen los cerebros llenos por todo lo que tienen que aprender, no tienen tiempo de andar vagando” (conserje de edificio en el gran conjunto habitacional).
Los conflictos entre adultos y jóvenes son entonces normalmente conflictos entre adultos de clase media y jóvenes de clase popular 68 : las divisiones de edad ocultan y travisten el fundamento de estos conflictos, es decir, las oposiciones sociales. Las acusaciones hacia los adolescentes de medio popular se resumen normalmente en la queja de la precocidad sexual. Comportamientos conforme al estatus y fuertemente normados, como las salidas a bailar o ciertas técnicas de cortejo, aparecen como manifestaciones anormales por el solo hecho que no tienen lugar en la edad considerada como normal para estos comportamientos por las clases medias. Practicadas de manera más temprana, no se las atribuye a una definición diferente de las diversas clases de edad, ni a reglas culturales diferentes, sino que a la “naturaleza”, a la “precocidad del despertar de los instintos” que lleva a entender que estas prácticas aparecen antes del momento indicado, antes de la edad en que se enseñan y se configuran en las clases medias 69 .
Parece ser que las diferencias en este ámbito se intensifican por el efecto propio que ejerce la estructura de la pirámide de edades, que tiende a provocar una redefinición desigualmente veloz de los tipos de edad en los diferentes grupos sociales. Debido a la ausencia o la débil presencia del grupo de jóvenes de 18 a 25 años, son los adolescentes de 14 a 18 años los que se ubican en la posición de jóvenes, obteniendo con ello ciertos privilegios (tipos de salidas, de distracciones, etc.) que, en otras situaciones demográficas, son propios de los “jóvenes” 70 . La variación de las tasas de delincuencia juvenil y, especialmente, de los delitos relativos a la sexualidad entregan indicios de este desplazamiento. En efecto, por un lado, la adopción de tipos de comportamiento propios de las clases de edad superiores por parte de los jóvenes menores de 14 años, es más frecuente en el gran conjunto habitacional, tal como lo muestra la proporción mayor de este tipo de delitos (16% del total de delitos versus 7% en el resto de la comuna); por otro lado y sobre todo, este tipo de comportamiento es considerado como normal para los jóvenes mayores a 14 años, ya que la proporción de delitos de este tipo disminuye considerablemente para este tramo de edad, encontrándose por debajo de la que se registra, para el mismo tramo etario, en el resto de la comuna (2% versus 6%). Así, lo que aún no es “normal” a los 15-16 años en algunos medios, aquí ya lo es: las manifestaciones de sexualidad son consideradas como normales y existen formas de expresión normales para comportamientos que, en otros medios, se considera como ilícitos y anormales antes de una edad más avanzada.
Como consecuencia de este desplazamiento, comportamientos parecidos se difunden en los grupos más jóvenes, en los cuales no se les admite 71 . Estos desplazamientos afectan sin duda más la definición de los privilegios de estatus de los adolescentes en las clases populares; por un lado porque son muchos los que viven en estas condiciones nuevas; por otro lado, porque la rigidez de los métodos de educación en las clases medias (Combessie, 1969, p. 12-36), al igual que el número y la definición precisa de las etapas institucionales que marcan la adolescencia son un obstáculo para estos cambios, o al menos reducen su importancia. Por esto, las diferencias que se desprenden de la definición diferente de las clases de edad en cada grupo social se ven intensificadas y, en consecuencia, aumentan las posibilidades de malos entendidos y de conflicto. El conflicto entre generaciones, que parece particularmente agudo en el marco del gran conjunto habitacional, debe su magnitud a su dimensión social. La oposición entre los jóvenes y los adultos adquiere más fuerza cuando la parte “natural” e instintiva del adolescente se intensifica por la “barbarie” de las clases populares (Boltanski, 1969), y la incompletitud de la adolescencia (que exige dirección y formación), por la ignorancia de las clases populares (que exige instrucción y educación) 72 . Así, las oposiciones sociales y las divisiones demográficas se componen de manera particular en el gran conjunto habitacional. Si las divisiones de edad son cualificadas por las diferencias sociales, como en los casos aquí descritos, de manera inversa, las variaciones de la edad de acceso al gran conjunto habitacional y el tiempo de permanencia hacen que las oposiciones sociales se intensifiquen frecuentemente por las diferencias de edad y, en general, por las diferencias demográficas, oponiéndose por ejemplo los hogares jóvenes de ejecutivos medios a los hogares de obreros no calificados de mayor edad y normalmente padres de familias numerosas. Estas condiciones refuerzan las oposiciones de clases, a la vez que contribuyen a ocultarlas de la percepción de los sujetos.
Para desprender todas las consecuencias de las particularidades morfológicas de los grandes conjuntos habitacionales, hay que indicar aún cómo las condiciones de constitución de la población y las condiciones de coexistencia de las categorías constituidas de esta manera afectan la percepción de las relaciones de clase 73 . Se puede escapar así a la alternativa del todo o nada, es decir, aceptar enteramente los análisis que proclaman la desaparición de las divisiones de clase y confinar a la sociología a la medición de las variaciones del aburrimiento, de la sociabilidad o de la aversión consideradas como avatares de tendencias universales, o por el contrario, rechazar en tanto irreales las consecuencias secundarias de la estructura particular que adoptan las oposiciones de clases y ver en ellas únicamente la réplica, bajo una forma inalterada, de oposiciones sociales familiares. Las diferencias entre los diversos grupos reunidos en el gran conjunto habitacional se inscriben en la topografía. Mecanismos diversos producen la reunión y la constitución de grupos separados de categorías particulares: como consecuencia de su estatuto administrativo o del tamaño de sus viviendas o, incluso, de operaciones de reubicación, algunos inmuebles tienden a reunir ciertos subgrupos particulares. Por consiguiente, constituida por la aglomeración en un mismo lugar y por los mecanismos de selección que señalaron parecidos internos, esta categoría toma forma en la percepción social. Lo que en otro lado sería el germen de casos sociales, cada uno percibido de manera aislada, se vuelve aquí una categoría que genera un problema social, una población de la que se puede esbozar el retrato moral y agrupar todas las características 74 . Esto es particularmente visible en los casos de las “categorías parias” 75 . El mismo mecanismo actúa para las características demográficas, como el tamaño de la familia. La percepción particularmente aguda de la que son objeto las familias numerosas, el rol extremadamente variado que el discurso común les hace jugar en la etiología de los males sociales de todo tipo, pueden explicarse por causas similares, en la medida que los apartamentos de un mismo tamaño están reunidos normalmente en un mismo edificio 76 .
La transformación de las categorías que configuran la percepción social no se limita a la constitución de categorías particularmente extraordinarias. La diversificación de subcategorías particulares conduce a la coexistencia de categorías muy heterogéneas (una “aristocracia” obrera que llega por ejemplo a coexistir con los menos calificados y menos “evolucionados” entre los obreros no calificados), rompiendo la homogeneidad de las clases sociales en tanto categorías que permiten clasificar y ubicar inmediatamente a la gente. Es más difícil aplicar el juicio “es un obrero” a categorías de individuos que se encuentran en las extremidades de la clase (en el sentido lógico) subsumida bajo este término. Comúnmente, para situar a los sujetos sociales, no se necesita utilizar por completo la comprensión del concepto por el cual se les reúne. La homogeneidad relativa de los sujetos que se clasifican (homogeneidad que se vincula a la residencia, al empleo…) facilita la clasificación en una categoría. Aquí, al contrario, se podría decir que los sujetos deben utilizar categorías de percepción reuniendo tipos tan diversos como los que se deben reunir en su uso estadístico 77 . Por consiguiente, la percepción social se fragmenta, los sujetos ya no son percibidos globalmente, ni caracterizados por su pertenencia a un grupo amplio (“es un obrero”, un “funcionario”, etc.). No se debe ver en esto una situación donde la pertenencia de clase se atenúa en provecho de distinciones de estatus al interior de un grupo homogéneo, como se observa a menudo en los casos del paso a una residencia nueva 78 . La ruptura del sistema de categorías que permite clasificar socialmente a los sujetos da lugar, con respecto a la designación de la diversidad de subcategorías que coexisten aquí, a una serie de oposiciones que se mantienen profundamente conformes a la lógica de las oposiciones de clase, aun cuando ésta aparezca un tanto disfrazada.
Estos diversos principios de clasificación contienen a menudo marcadas connotaciones éticas. Así, por ejemplo, el que clasifica a la gente según su estatus de ocupación, arrendatarios y propietarios 79 ; o incluso, según los organismos por los que accedieron al gran conjunto habitacional: “los de los subsidios familiares”, sospechosos, se oponen a “los del 1% patronal”, serios y recomendables 80 . En otras ocasiones es un criterio de natalidad (familias numerosas) o de índices de posesión (automóvil, televisión…). Las categorías que se utilizan, y la relación con la estratificación social que se expresa en el uso que se hace de ellas, varían con la posición de cada grupo, pero se puede retener simplemente la oposición de los obreros a las clases medias. Para los primeros, conscientes de la pertenencia común a un mismo medio, la diversificación de las categorías y los diversos fenómenos de diferenciación consecuentes, que no se puede reprimir mediante un llamado a la norma y a la condición comunes tal como el que se ejerce en una comunidad tradicional, suscitan desconcierto y explicaciones morales, por la falta de solidaridad, o psicológicas, por el orgullo 81 . De manera inversa, para los sujetos de clase media, las categorías morales proliferan: éstas no constituyen grupos, pero dan pie a la percepción de los sujetos como casos que se pueden organizar en una escala de virtudes y de vicios. Estos juicios expresan normalmente la percepción que las clases medias tienen de las clases populares, caracterizada por la irresponsabilidad económica, la ausencia de previsión y de control, y, a nivel de comportamientos culturales, la ausencia de discernimiento y de gusto. Así, en el conjunto en copropiedad los propietarios dejan ver que el arriendo es más elevado que sus reembolsos mensuales, lo que es una condena de la utilización de recursos que hacen las clases populares, al mismo tiempo una tasa de natalidad demasiado elevada es condenada en nombre de un ethos ascético 82 .
En el discurso pequeño burgués sobre la depravación y el embrutecimiento, la televisión juega el mismo rol de causa mítica que los medios de comunicación de masa juegan en algunos discursos pretendidamente ilustrados 83 . La indignación moral, característica de las capas inferiores de las clases medias, marca todos estos juicios 84 . Por esta vía se expresa el resentimiento contra las clases superiores y, sobre todo, la distancia en relación a las clases populares (Bourdieu, 1966), una distancia que hay que señalar más claramente aún por el hecho de que las condiciones objetivas están más cercanas y que la proximidad en el espacio expone más a la confusión con categorías sociales que proveen una imagen contraste de la condición popular, ya que acumulan los “vicios” y las “debilidades” como consecuencia de la selección al revés realizada en las clases desfavorecidas y de las perturbaciones que el cambio de residencia puede significar en el presupuesto de estas categorías 85 . Si los conflictos de clase se expresan en el lenguaje de la crítica ética, los objetos de estas críticas son indicios de la moral de clase, y los comportamientos en estos ámbitos expresan la disposición general frente a la existencia propia de cada clase y, en particular, su actitud frente al futuro. Entre todas las oposiciones utilizadas -limpios y sucios, ruidosos y tranquilos, etc.- las más significativas se organizan en torno a la relación con el futuro, tales como las que oponen a la gente que tienen una conducta previsora, que saben ahorrar, o calcular y ordenar sus gastos, con aquellos que no saben organizar ni administrar su presupuesto, o incluso aquellos que hacen gastos útiles, frente aquellos que compran compulsivamente y sin control. Se entiende así, que la fecundidad 86 y el crédito tengan un rendimiento tal en las indignaciones pequeño burguesas, en la medida que el comportamiento en estos ámbitos expresa de manera sintética y simbólica el ethos de clase (Bourdieu y Darbel, 1966).
El conjunto de estas transformaciones en el recorte de los grupos y en las categorías de percepción no afecta solamente las relaciones de interacción cotidiana: ¿acaso no tienden también a modificar las relaciones entre las clases? La diversificación de subgrupos claramente particularizados, el estallido de las categorías de percepción habituales, la desaparición de la unidad del vecindario como instancia que recuerda y controla el respeto de las normas del grupo, la diversidad consecuente de los grupos de referencia posibles y, correlativamente, la imagen negativa de la condición popular, todo ello contribuye a alentar, en algunas categorías -obreros calificados, técnicos, empleados- aspiraciones a la movilidad que, si bien existen desde el inicio del cambio de residencia, son reforzadas por éste. Estas aspiraciones se fortalecen y se expresan en la imagen de una sociedad graduada que sustituye a la imagen de grupos jerárquicos con límites bien marcados, una sociedad donde el ascenso parece abierto, donde los esfuerzos y los méritos dan rédito, una visión moralizante que promete su recompensa al ascetismo pequeño burgués. Estas condiciones tienden a favorecer el desarrollo de la imagen meritocrática de la sociedad transmitida por la Escuela. En consecuencia, los mecanismos de constitución de la población de los grandes conjuntos habitacionales no tienen únicamente la función de modificar la sociabilidad: ¿no habría que reconocerles también una función de diversificación social y de ruptura de las solidaridades de clase?